Tuesday, February 21, 2023

LOS VIAJES DE VÍCTOR AGOSTINI

 

LOS VIAJES DE VÍCTOR AGOSTINI

 

Sorpresa tenía que ser la aparición, en un almacén destinado a la circulación de producciones bibliográficas recientes, de casi una veintena de ejemplares de una obra fechada en 1965, salida nada menos que de la escogida y hoy virtualmente patrimonial Ediciones Revolución. Más admirable, si cabe, es que autor y título se quedaran prendidos en la memoria de quien halló la rara muestra, sin encontrarles asidero entre lo creído literatura nacional.

La novela Dos viajes, de Víctor Agostini, nos colocaba delante a un narrador prácticamente olvidado por los lectores cubanos ―y sospechamos que asimismo por la crítica literaria― del medio siglo transcurrido. Sus libros corresponden a esa tensa zona histórica que marca, cronológica y culturalmente, la transición de la denominada pseudo república y el período de construcción del modelo socialista en Cuba.

Nacido en Nueva York en 1908 y radicado en Cuba desde la edad de diecisiete años, Agostini desarrolla la totalidad de su producción literaria en esta Isla, donde fallece en 1995. Antes de la novela hallada, había publicado el volumen Hombres y cuentos en 1955; ocho años después, una nueva selección de relatos, Bibijaguas, y a continuación de Dos viajes vendrían la novela Filin (1973) y otra colección de narraciones cortas, titulada Recuento, ya a la edad de 81 años y pasados más de tres lustros de la aparición de la obra precedente.

En Dos viajes, Agostini va a revelarse absolutamente incapaz, en tanto literato, de superar su íntima contradicción clasista. Trabajador bancario durante toda su vida, empleo cuya remuneración y esfera de relaciones sociales se ubicarían, necesariamente, a considerable distancia de los duros retos del proletariado en el poder, afrontaba en los dinámicos sesentas habaneros el desafío de ganar un lugar en la cotidianidad revolucionaria, tarea difícil en un tiempo en que, además, estaba en marcha una desafiante campaña denominada “Lucha contra el burocratismo”, que al parecer incluia a todo aquel cuya labor se desarrollara en oficinas y que hasta hoy ha dejado, en el humor gráfico, un personaje que insiste en vestir de saco y corbata, cuando el resto lo hace al modo más corriente y proletario. Entonces es comprensible la opción del escritor de ahogar en el personaje central de su novela todo vestigio pequeño burgués, aunque para ello acabe por dotarlo de una percepción acrítica de la realidad y de una absoluta ineficacia como agente de transformación desde las posibilidades del arte literario.

El resultado es una novela que explora epidérmicamente el contraste entre las lacras sociales del capitalismo norteamericano y la sorprendente dinámica revolucionaria cubana. Separada en dos secciones de casi idéntica extensión, el título de cada una adelanta una clara intención valorativa: “Nubes y arena”, para el viaje en 1938 del joven protagonista Nicanor Alcejo a una localidad californiana; “Sol y rocas” para identificar la segunda parte, en Cuba, cuando el pequeño burgués ex-propietario de una imprenta se empeña en asimilarse a la joven revolución, tratando de entender el proceso.

Elusivos, inconstantes, sin un claro proyecto de vida, con tendencias consumistas y discriminatorias hacia pobres y latinos, los personajes de la primera parte sirven al autor para armar un esquema crítico que, más que cuestionamiento ideológico, se acerca más a un ajuste de cuentas autobiográfico. Sobresale en este contexto el punto de vista sobre Rusia de uno de los personajes en que se asienta el debate: “Imposición, aislamiento; un estado policial, lleno de campos de concentración” (67), declaración arriesgada aun en su contexto ficcional, si es que tenemos noción del ambiente político ideológico de la época.

Bajo los signos de la solidez y la energía avalados por el título de la sección, el viaje cubano de Nicanor Alcejo en 1963 lo llevará a testimoniar el ambiente de transformaciones con el que toma contacto a la vez que una delegación de invitados extranjeros a la celebración del Primero de Mayo en La Habana, a quienes sirve de traductor.

De propietario a expropiado y encima, responsable administrativo de lo que fue suyo, la toma de partido del personaje en las nuevas circunstancias parece encaminarse por una senda justificativa que lejos de insertarlo, lo fijará a los márgenes del devenir. Un minero de Matahambre lo creerá extranjero, y se siente obligado a responder ―obviamente a la  defensiva― que es “cubano y muy cubano”; alguien, además, le tratará con ironía: “el compañero Nicanor Alcejo quiere acostarse temprano”, en la simplista identificación de bienestar de clase con falta de espíritu y de laboriosidad. Los escándalos de las becadas en su barrio de clase alta molestan al protagonista de Dos viajes, pero expresa que “todo eso tiene que ocurrir”.

En fecha tan temprana, el germen de las justificaciones aparece en el relato, en un estilo cercano al periodismo más banal que a una literatura comprometida, de las clásicas visitas de los delegados a centros históricos y de labor. En la descripción de Playa Larga, escenario pocos años antes de la epopeya de Bahía de Cochinos, revela:

 “Todo estaba nuevo aunque un poco descuidado. Pasaban muchas excursiones por allí y no daba tiempo para mantenerlo en estricto orden” (98).

Sorprendente conformismo, en suma. Confundir justicia social y falta de disciplina urbana, acceso a derechos e incumplimiento de obligaciones sociales, disfrute de bienes colectivos e irresponsabilidad en la preservación del patrimonio común, no dejarían de tener consecuencias.

Dos “binomios amorosos” fracasan por pasividad en Dos viajes. Linda, la muchacha de posiciones extremas burguesas, racistas y xenófobas, le reprocha a un desconcertante Nicanor Alcejo: “Eres todo sexo, como latino al fin” (72), mientras el traductor de 1963 no llega a encontrar el camino hacia la sensualidad de su colega Lourdes, la que siempre se le impone por la vía de la expresión del compromiso revolucionario. “Aun las conversaciones entre Lourdes y Nicanor (centro de todo este accidentado itinerario) son párrafos de plática poco útil, que no infunden personalidad ni ánimo”, apreció Víctor Casáus en una valoración inmediata a la salida de la obra (Casáus, Víctor. «Dos viajes» en Unión. La Habana, enero-marzo de 1966, página 171).

Si Víctor Agostini se propuso dejar constancia del fracaso de un sector antaño privilegiado de la sociedad cubana, cuya cultura y amor al país debieron ―y tal vez pudieron― manifestarse más allá de su posición de clase, en mayor medida que su desconcierto, resentimiento por los bienes perdidos y mimetismo, es hora de otorgarle el reconocimiento a su triunfo.

© Ismael León Almeida (2011)

 

 

No comments:

Post a Comment