Tuesday, February 21, 2023

DE LECTORES PERDIDOS Y OTRAS INDAGACIONES

 

DE LECTORES PERDIDOS Y OTRAS INDAGACIONES

 “Nosotros no le decimos al pueblo cree, le decimos ¡Lee!”, Fidel Castro (Citado en: Granma. Resumen Semanal, 15 de febrero de 1981).


Indaga pacientemente Moisés Mayán acerca de nuestra relación con las letras. Invoca el vínculo del cubano real e interno con la ficción literaria, lo narrado y el verso, portadores de un valor que interroga críticamente a la reiteración a veces erosiva de lo cotidiano. Ha publicado ya su tercer artículo dedicado a la misma búsqueda en El Caimán Barbudo  y va contorneando sus temas. Lo hace como quien pasea con pausada intención un territorio esencial de la funcionalidad de la cultura, aquella que construye precisamente el tipo de individuos que somos, de sociedad que probablemente seremos. La materia, en suma, con la que se edifica todo lo demás en la nación.

En “Se busca un lector”, que he descargado con impaciencia del sitio de internet del conocido tabloide (http://www.caimanbarbudo.cu/category/articulos/), va el holguinero más al centro de la cuestión que, ya lo he dicho, se ha dedicado a explorar como un caminante silvestre que detiene su paso bajo la arboleda autóctona de la producción editorial, junto a la fresca cañada de la cotidianidad del lenguaje y la percepción, y en tránsito cuidadoso por el límite del sembrado de la creación literaria. Y es marcha que ya va sabiendo de una loma próxima donde el panorama se va a revelar a toda luz y en foco. Está al alcanzarla.

Moisés tiene tiempo, es joven. Pero tiene más, tiene herramientas, el tipo de instrumental necesario para comprender el papel de la literatura en la vida de un país como éste, concreto y actual, complejo incluso en sus etapas más diáfanas, y emprender un diálogo ―más que una profesoral demostración― en el que acopia, no citas solemnes, sino la corriente en la que viajan las exigencias de nuestra realidad.

En una entrega del Caimán a finales de 2013 se preocupaba Mayán por la escasa respuesta de público a los encuentros, laboriosamente organizados en urbes y poblados, para el intercambio enriquecedor entre público, autores y especialistas del libro 1, y en el verano del año siguiente, encuentra que no sólo los textos poéticos resultan poco apreciados en términos de mercado editorial local 2: resulta que tampoco en las librerías circulan como debieran ―y pudieran, con las cortas tiradas al uso y el nivel de educación que nos envanece―, el ensayo, la monografía histórica y hasta la novela o el cuento, señalaba. De modo que la cuestión en crisis no se deslinda en uno u otro género: es la lectura.   

Desde un emplazamiento para nada generacional, que de serlo no se apartaría del sentido de utilidad, el poeta, editor y versátil promotor cultural holguinero examina sin aspavientos ni apresuradas acusaciones los aspectos menos visibles de la producción literaria, o mejor, de la materialización de su objeto de acceder al público lector, completando el sentido de una acción cultural que el estado se esmera en subsidiar. En cada artículo asedia su tema el analista, con maña de gato,  en gesto de  ensayar y aprender de sí mismo, al paso en que descubre la duda acechante en lo ya comprendido.

En su tercera entrega, pone a prueba la imaginación del lector en los cuatro párrafos inaugurales de su artículo, usando reveladora la fuente itálica para que el lector avisado sospeche el juego. Otra vez la presentación de un libro, pero ante un público presente y afortunadamente diverso; promotores esforzados que, además de haber leído la obra, “difundían el suceso a través de las redes sociales” ―se inventa un ideal acceso a  internet. Pero, más que todo: la capacidad de a partir de la comprensión de las interioridades esenciales del texto y las expectativas  que una obra particular puede despertar en cada lector. Maravilloso contexto.

No parece existir, en la realidad del libro cubano, ya desgastando el tercer lustro de este fresco milenio, ese personaje clave. Habrá alguno, en alguna parte, y puede que en un inasible futuro habría que fundar asimismo un “Premio Nacional de Promoción del Libro”, equivalente al glorioso lauro que entregan las instituciones a un autor, a un editor, a un diseñador. De momento, las editoriales parecen perder contacto con el volumen en papel en el mismo instante en que la tirada abandona el muelle de carga de la imprenta. Lo que sucede en lo adelante, depende más que otra cosa de la expectativa que levantan las ferias y de la mirada escudriñadora del lector en los estantes de las librerías.

Existe, como encargo laboral, el promotor. En las editoriales y, no lo dudo, en cada dirección de Cultura a nivel de las diversas estructuras territoriales. Uno podría afirmar, sin esperar confirmación oficial, que serán buscados graduados universitarios para ocuparse de esa labor; pero en realidad lo que se necesitan en ese desempeño son lectores. Los lectores son los que entienden de libros. Un  graduado de Instituto Pedagógico en la especialidad de Español-Literatura tiene sin dudas amplios conocimientos técnicos para esta función, o la óptima calificación para adquirirlos. Y qué decir de aquellos que salen de las aulas de altos estudios con títulos en Filología, Historia del Arte, etcétera.

Pero en realidad, para promover la lectura, lo que se necesitan son lectores. Ni siquiera escritores, porque los escritores entendemos, sobre todo, de aquellos libros que integran la galaxia de nuestros asuntos. Son los lectores los que entienden de libros. No se puede ser editor, librero, bibliotecario, ni siquiera almacenista de libros, sin conocerlos íntimamente. Mucho menos es posible desempeñarse como promotor, que es quien adelanta el primer juicio que el lector capta y entiende, antes, por supuesto, que los críticos, que son otra parte del problema, en la que cualquier día Moisés Mayan va a inmiscuirse.

A la afirmación, que de fuente ajena cita Mayán, de que “somos más lectores que nunca”, le hallo tanto valor como aquella otra de que “la juventud está perdida”. La juventud “perdida” se pasa los largos asuetos en los bajos del edificio, en la competencia por el dominio de cien metros de barrio, que a poco irá perdiendo frente a la vida y los nuevos que llegan; al otro noventa y pico por ciento apenas se le ve al atardecer, llegando del sitio donde crecen. Uno puede estar seguro de que un ejercicio estadístico al uso puede demostrar mañana mismo que hoy se lee más que nunca en Cuba; y sin convertirlo en tema de debate, todavía habría que razonar en  torno a los contenidos de tal ejercicio y –de más trascendente consecuencia- cómo se refleja en nuestra sociedad la influencia formadora del mismo.

Armado de datos experimentales, el articulista de “Se busca un lector” sitúa en una triple alternativa las causas por las que se ha perdido la demanda de lectura en nuestro medio. Una sería la consecuencia del Período Especial, cuyos límites cronológicos no parecemos seguros de haber sobrepasado, con la secuela de esfuerzos desmedidos por la elemental sobrevivencia y la eventual pérdida de expectativas más allá de la respuesta a requerimientos materiales inmediatos.

Poseen las crisis la propiedad singular de formar unas como vacuolas emocionales en los individuos o colectividades; ellas quedan como testimonio de un mal, en lugar de servir de argumento a actitudes constructivas. El ejemplo que se me ocurre es el curioso rechazo a la harina de maíz en la gente cubana, dice cierta tradición que porque fue alimento de hambrunas en el machadato. Y así será, hasta que un buen chef salido de Guanabacoa, Songo la Maya o Jatibonico, o de cualquier otro emporio de nuestra autoctonía, nos ponga delante una interpretación gourmet de un alimento que merece honores por nuestro y por auténtico. Cuando llegue ese momento, ¿cuánto habrá tenido que leer ese probable maestro de sabores y fragancias?

La reciente crisis de engañoso nombre,  pudo haber influido en su momento en una drástica caída en la producción literaria impresa, pero una forma saludable de rebasarla habría sido recuperar no solo la producción de libros, sino hallar modos eficaces de que el consumo cultural aliente cambios positivos en la sociedad, estableciendo claras equivalencias entre saber y participación, como pauta que alentara la búsqueda de más puras cotas de superación y quitara argumentos al lamentado robo de cerebros.

Si la etapa de carencias inaugurada en los noventa acarreó, por rebote, un afán de consumo de bienes materiales, habrá que mirar también si con ello no anda en las calles una mímesis de estilo de vida que pudiera estar armando una caricatura de cubanidad que nadie quiere, si es que estamos hablando con pertinencia. Si los caminos del bienestar ―la autorrealización, el reconocimiento, también― esquivan graciosamente las dotes culturales, de nada vale apelar simbólicamente a sus valores. El consumo de las producciones literarias, como el sentido de apropiación de los valores contenidos en la arquitectura, la plástica y la música toda (además de su parte bailable o laudatoria), construyen con armonía el ser social, porque laboran en él desde dentro, sin imposiciones.

2

¿Qué habrá quedado de los cien mil Quijotes que, como dice el artículo publicado en El Caimán Barbudo, la Imprenta Nacional vendió en 1959 a veinticinco centavos el ejemplar? Para muchos habrán sido una revelación, les descubrió su hambre personal de abrirse a la experiencia autónoma del conocimiento. Pero el acceso al libro, como condición material, es solo una parte del problema de la lectura. Se entiende que por ello existen desde hace tanto tiempo las bibliotecas, pero el camino que lleva a su puerta tal vez no haya sido bien señalizado.

Esencial es que cada individuo posea acceso a la lectura. Pero, ¿cómo hacer comprender a cada uno lo que este ejercicio intelectual, con frecuencia incómodo o de esforzado cumplimiento, en verdad representa? No basta con el ingenuo elogio a su provecho ―tan parecido a las campañas que pretenden erradicar el hábito de fumar sin enfatizar lo difícil que resulta deshacerse de lo que es una dependencia, no solo un hábito―, cada persona debe percibir con argumentos veraces cuánto iluminan los libros, cuánto cambian para su bien el hombre y la mujer, cuánto se expande su lenguaje y su análisis y propia proyección en los asuntos que le conciernen. Todo lo cual no es, definitivamente, solo un pasatiempo. Algo más, ¿habrá una consecuencia para quien hace de la lectura un valor agregado a su existencia?

La segunda alternativa que Moisés Mayán propone, para explicar el problema base de su ensayo es el “Déficit en la enseñanza de la literatura como parte de los planes de estudio”, y se responde a sí mismo: “Sin comentarios”. Forma parte de un conjunto de consecuencias de un tipo de enseñanza o sus carencias, en la educación que padres y escuelas – y viceversa- damos a los muchachos. Que muchos de nuestros adolescentes no lean es, simplemente, un problema no tan grande ni tan difícil de solucionar. La verdadera cuestión es por qué sus elecciones, de gustos, de tiempo libre, vocacionales, etc., excluyen la lectura de un modo tan masivo.

En cuanto al tercer punto, discrepo definitivamente de que las modernas tecnologías de la información puedan ser un contrincante siquiera mediano para el libro, ni aún como soporte sustituto del impreso tradicional, aunque ahora mismo tengan ya más público los ordenadores, celulares, tablets y demás señuelos del hard y el software 3.  

 

La computadora es una fabulosa herramienta. La red de redes puede dinamizar el proceso de indagación de cualquier tema en perspectiva. Pero internet no es, ni con mucho, la mágica fuente de información que muchos pretenden, y demorará bastante en alcanzar la cota marcada por los textos impresos: la libertad de publicar contenidos on line genera un cúmulo abrumador de material de discutible valor, mientras contenidos de verdadera utilidad están ausentes, por falta de acceso al servicio, por limitaciones tecnológicas o por mediar en las posibilidades de consulta barreras de diverso tipo.

Ya se sabe que no todo el que padece ansiedad por un acceso a internet anda en busca de superar su saldo de conocimiento, o compartir una creación o hallazgo propio. La práctica del “cortar y pegar”, para solucionar tareas escolares, ha sido ya examinada con énfasis crítico en nuestros medios. En cuanto al leer, como vehículo de satisfacción y crecimiento intelectual, ni siquiera cuando el costo de un Tablet de lectura sea accesible a cada individuo y su perdurabilidad material y funcionalidad pueda competir con los impresos, podrá aspirarse a que la Edad Humana pueda conocer de los eBooks incunables. La física y la química del universo parecen poseen más trampas para la compleja anatomía de los portentos digitales que para el viejo derivado de fibras vegetales.

Es muy probable que llegue ese instante de lecturas luminosas ―ojalá que no solo debido al fulgor de las pantallas―, tal vez en una época en que caminar será un lujo tan costoso como hoy unas vacaciones de pesca en Bahamas, y la gente alardee de tener una mata de tamarindos “de verdad” o un gato barcino sato y corriente. Mientras tanto no nos dejemos engañar: leer es un don humano que miles de años de cultura nos han proporcionado. Uno puede decidir entre dejarlo ir, al fácil conjuro de una pantalla táctil, o gastar una porción del día repasando textos, sin complejo porque se hallen de modo tan común asentados en papel. A fin de cuentas, el propio Moisés Mayán ya lo ha advertido:

Es necesario saber qué libro leerse

cuando la tarde sujeta sus pesadas cuerdas

a la rama que consideramos inofensiva 4.

© Ismael León Almeida (2015)

 

Notas:

1- Moisés Mayán. “El público de los espacios literarios: La gran depresión”. El Caimán Barbudo, La Habana, no. 378, septiembre-octubre 2013, páginas 14-15.

2- Moisés Mayán: “La poesía no se vende y sin embargo escribo”. El Caimán Barbudo, La Habana, No. 383, julio-agosto 2014, página 9.

3- Donde ha dicho “digo”, puede decir “diego” sin complejos, o viceversa. A la altura de 2020, con tres centenares o más de libros y artículos en un Tablet, el autor aprecia el medio de acomodar su tiempo de lectura, sin que necesariamente cante loas a la tecnología por la tecnología misma. Ya hay por ahí quien asegura que las redes están a punto de parir una nueva literatura, y el estruendo de las risas no me dejan dormir en los turnos de guardia: de Homero a Padura cuántas carcajadas caben.

4- Moisés Mayán: “Viola”. El cielo intemporal, Ediciones Holguín, 2013.

 

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