Tuesday, February 21, 2023

CUANDO EL RÍO CALABAZAR SUENA...

CUANDO EL RÍO CALABAZAR SUENA...

Amador Hernández, que es escritor y vive del lado de acá del río Calabazar, está incómodo. La ficha que conocemos de este autor menciona hasta 2016 nueve títulos publicados y dos premios de los que a cualquiera le gustaría ganar; ha sido editado por Unión, Oriente, Cápiro, Extramuros y en dos o tres casas editoras de España y Estados Unidos. Está irritado Amador Hernández a causa de un libro cuya entrada a la imprenta ha sido colocada entre signos de interrogación, a pesar de que la obra, cuyo título y género no nos da a conocer, ha sido aprobada.

Vamos entendiendo a Amador Hernández, a pesar de que, al menos tres de sus títulos, han sido ungidos por el increíble milagro de la reedición: cada libro es parte de un diálogo con la existencia, la realidad, el país o el universo. No es únicamente una nueva línea en el currículo, ni su retribución material, aun aquella que permite al escritor “comprar” tiempo para la creación de su obra. Exponer, en cualquiera de los modos posibles, una visión del contexto general humano, iluminará a otros muchos y es el verdadero objeto por el cual el hombre y la mujer que escriben se desentienden a veces de unas cuantas amables rutinas que como seres humanos les corresponden, como a cualquiera.

Quienes establecen las políticas acerca de la creación literaria, su difusión, promoción y retribución, conocen perfectamente sus fines. Yo llamaría a Amador Hernández a no engañarse en ello. Que del libro cubano se destaque de modo tan persistente su condición de renglón subsidiado no es únicamente una limitación económica, también es un gozoso ejercicio de control. Quien te escribe trabajó cuatro meses como estibador del almacén de la Distribuidora Nacional del Libro en Autopista y Calle 266, La Habana, y vio una inmensa nave colmada de ejemplares desde el piso hasta el cuarto nivel de estanterías, y la principal labor de ese período de cuatro meses, que concluyó en septiembre de 2011, fue organizar la recogida de esos libros, su registro y empaquetado para embarcarlos en las bodegas de cargas de unas rastras con destino a algún distante lugar, creo que otro almacén, en la región oriental del país; un estibador no está al tanto de tan finos detalles. Eran libros que no se vendieron. Miles de libros que no se vendían, algunos tan antiguos como 18 ejemplares de la novela Dos viajes, de Víctor Agostini, publicada por Ediciones R en 1965: guardo un par de listados de aquellos.

Estoy seguro de que esta experiencia es común para Amador Hernández y muchos de otros escritores: pasados dos o tres años de la publicación de un libro, aparece un interesado en el propio país o alguien del exterior que acaba de saber del título, y usted no tiene modo de hallar dónde conseguir un ejemplar que a lo mejor lo está pidiendo un académico para algún tipo de estudio, o un colega que escribe un ensayo y necesita un argumento, un dato, que su poema o su cuento, o la novela tal le brindarán, probablemente. Algo que, egos aparte, completa en mucho el sentido de dedicarse  a una obra, que es crear conocimiento. Y no halla dónde comprar ese ejemplar y donarlo, y transcurridos dos años, sus amigos y compromisos profesionales no le han dejado a usted uno solo en casa. Esos no  son libros que se queden en el Almacén de Autopista y   266 para viajar luego por los caminos de la Isla, porque el inmenso almacén es necesario para recibir la producción que se expondría en la próxima Feria y lo que luego retorne como productos no vendidos.   

Hablamos de libros que no se detienen en un almacén, que no  duran dos Ferias, a no ser que algunos Centros Provinciales del Libro y la Literatura retengan un par de docenas de ejemplares para presentar en el evento del año que viene una oferta de títulos atractiva y suficiente para las correspondientes evaluaciones... pero que sólo excepcionalmente serán reeditados. No creo que los problemas de este sector de la creación nacional sean exclusivamente “periféricos”. Si el análisis del mensaje de Amador Hernández durara lo suficiente y contara con manifestaciones sinceras de las experiencias de unos cuántos, incluso –mejor todavía- las de criterios contrapuestos, va y les estaríamos brindando un servicio a los futuros literatos del país. 

Del mensaje de este admirado amigo de Calabazar de Sagüa, esta vez sólo voy a  comentar estas líneas:

“¿De qué vale que un país haya dado la posibilidad de que tantos cubanos, más de los que en realidad se promueven, sean escritores si no puedan publicar sus libros porque los insumos de papel y otros accesorios están en déficit casi permanente?”.

Un país puede darte la posibilidad de acceder a una enseñanza de mayor o menor calidad y cada cual tendrá de tal oportunidad el aprovechamiento que su motivación e inteligencia le permitan. Un país puede crear médicos, ingenieros, maestros, periodistas... Sólo desde la sensibilidad personal surgen escritores y verdaderos pintores, músicos, creadores de arte, y una sociedad con sentido de futuro debería preservar esos valores que de modo genuino le pertenecen. No es este el mismo país que aquel otro, pero en el envés de la historia presente surgieron Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Dora Alonso, ¡Rolando Escardó! Y de este lado del calendario, tenemos a Leonardo Padura, Guillermo Vidal, Miguel Mejides, Ena Lucía Portela, Margarita Mateo  Palmer. Y usted. Lo que el país puede hacer es dar cabida a la producción intelectual y artística con mayor o menor autonomía, mayor o menor espontaneidad, permitiendo que la sensibilidad de los hombres y mujeres de letras modele una expresión de la nación para su tiempo, o haciendo que esta expresión se encamine hacia moldes prescritos.

Voy a poner aquí el punto de este texto, que asume la existencia de un conjunto más extenso de problemas por examinar. Bien a la vista queda, como tema que tendría que ser objeto de un examen particular y documentado, la relación entre condicionamientos materiales de la industria del libro y decisiones respecto a lo que se publica y promueve, a que parcialmente aluden las líneas copiadas del texto de Hernández. Es preferible que vayamos por partes, que dialoguemos en torno a unos pocos elementos  cada vez, porque, como lo vemos hasta aquí, Amador Hernández nos ha permitido expresar lo que constituye la punta visible de un témpano cuyos restantes siete octavos no están ocultos bajo el agua, sino apenas disimulados bajo una capa de tensiones cotidianas, porque cualquier escritor conoce una buena parte de ellos o  todos, sin más. Tengo en mente elementos que de la misma página de Amador Hernández nos piden debatir, y otros que duermen en archivos personales, acomodados ahí para ayudar la memoria, por si acaso.

© Ismael León Almeida (2019)


Aquella amarga política editorial que nos sigue humillando…

Por Amador Hernández

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo… (Don Quijote de la Mancha)

Releyendo algunos pasajes de la monumental novela cervantina, el fragmento anterior vino como anillo al dedo para este comentario. Ciertamente, la política que sigue hoy el Instituto Cubano del Libro en cuanto a evaluación y publicación de libros solo puede explicarse en la paradoja quijotesca: la razón de la sinrazón. ¿Cómo se entiende que una editorial y su Comité de Lectores ofrezcan una evaluación positiva, que aprueba la publicación de una obra, y, así de sencillo, le comuniquen al autor: su libro está aprobado, pero no entra en el plan? Entonces, ¿para qué demonios se aprobó? Si alguien de los directivos cree que esa respuesta hace feliz a un autor, él vive muy lejos de la realidad; es decir, vive en la suya, en la que se inventó para ejercer el poder, que yo califico de arbitrario y de una insensatez de marca mayor.

Según recuerdo, cuando hablé sobre ese problema que hemos sufrido los escritores y seguiremos sufriendo, principalmente los de la periferia, un exdirector de la editorial Capiro aclaró, en esa reunión, que esa fue una idea del Sr. Iroel Sánchez, en su época de presidente del ICL y que, lamentablemente los que le han sucedido en el poder, continúan aplicando. Yo quisiera, honestamente hablando, que alguien me diga para qué sirve la Uneac, sino es capaz de resolver un desaguisado tan simple y tan destructor como ese, que afecta a tantos escritores de la isla, fronteras adentro. Es triste vivir para ser testigos de que cómo políticas desatinadas como la de arriba mostrada sigue encontrando terreno fértil. ¿De qué vale que un país haya dado la posibilidad de que tantos cubanos, más de los que en realidad se promueven, sean escritores si no puedan publicar sus libros porque los insumos de papel y otros accesorios están en déficit casi permanente? Y la pregunta del millón: ¿En cuál editorial cubana publicar si casi todas padecen de la misma enfermedad y con cierta cortesía te devuelven el libro e incluso te proponen buscar otra editorial pues en esa no cuentan con recursos para cumplir tal o más cual plan?

Alguna vez avisé en un artículo, publicado en la revista Umbral, y que levantó ronchas, del peligro de que los cubanos de adentro no encontráramos dónde publicar, pues venderíamos nuestras obras a los mejores o peores postores, y nada se hace por resolver el problema. Libros y otros géneros del arte, que debían formar parte del patrimonio de la isla, se fugan como el capital en los países del tercer mundo. No quisiera pensar que el universo editorial cubano esté bajo la responsabilidad de intelectuales, formadores de pequeños cenáculos o grupúsculos de amigos, socios, ambia, que a la vez que son retribuidos retribuyen favores gracias a sus alcances de poder: viajecitos, invitaciones por cuenta propia, publicaciones al por mayor, etc., etc., etc. Habrá que estar bien atentos entonces a esta plaga antes de que el fango nos cubra la cabeza.

Aquella política, creada a la sazón por Iroel Sánchez, hay que borrarla de una vez y por siempre, pues deja profundas heridas en los escritores, que luego serán difícil de subsanar. Un Comité de lectores (X) aprobó el libro, pero quién puede asegurar que el del próximo año, cuando el libro vuelva a pasar por el proceso, no lo demuela o no vuelva a formar parte de la caterva de los que no entran en el plan.

¿Nunca, amigos, habían chocado en vivo y a todo color con una de las peores manifestaciones de la burrocracia? Pues ahí la tienen, vivita y coleando.

Regreso a mi genial tarado del Renacimiento Español: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo…

 

 

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