GEORGINA
HERRERA: NOCIÓN DE LA IRRADIANTE
uardábamos en
mente cierta entrevista que le hiciera años antes alguna de las revistas
literarias del país y la urgencia por aquella lectura nos hizo marcar el número
telefónico de la poeta. Su respuesta tuvo una calidez parecida a algunos de sus
versos:
Permítanme
este elogio por Georgina,
por su oficio de lámpara pequeña... 1
1- Granos de sol
y luna (1978)
Así que la
ocasión se acuerda y va a amanecer el empeñado del lado solar de la ciudad; asciende a conocer a esta mujer tan dueña de
privilegiada voz poética, mirada plena de lucidez que cruza por igual las
edades del cuerpo y los desafíos de la historia, vertida en versos sin
abandonar sino pocas veces su personal lirismo, libre y entrañablemente humano.
Calidez de hogar tiene la estancia donde acoge al visitante, con visibles signos de su oficio y estirpe en
el espinoso cardo que proclama en la sala su rotundo verde, la computadora de
largos servicios y el sofá colmado de libros con acogedora reserva.
Deslumbramiento
trae la conversación con esta señora que nació en el Jovellanos matancero en
1936 y en sus veinte años de edad pactó con La Habana su definitiva estancia y
mutua fidelidad, que ya no cambiaría: “Esto que amo intensamente/ en cada
minuto de cruzarla a diario/ es la ciudad...” (“La ciudad”, Gentes y cosas, 63). Emergía en estado
de pureza el testimonio de una mujer afrodescendiente y culta, conocedora de la
felicidad y el dolor, dueña de misterios ancestrales y de la palabra más simple
para revelar lo esencial de la vida. Diálogo y lectura de sus versos serían
como asomarse desde un puente al fluir del río donde habitan garzas sobre el
mangle, sobrecoge el paso de sombra silenciosa de los peces y el efluvio
nocturno de las floraciones mantienen su significado vital desde el principio
del mundo.
Será que
cuesta entender los atisbos de aquello que en la desnuda existencia de cada
cual lleva a la lucidez o al desastre. Si acaso ―es un ejemplo―, fue
encantamiento o fingimiento de tal lo que arrastró a aquella Visia 2
de los cuentos onelianos tras el amor prometido, la razón que la condujo a la
ciudad pecaminosa y la devolvió por el mismo camino polvoriento, apenas a morir
entre los suyos. Sin olvidar aquella otra, hecha toda de inocencia entre humos
de carbón y senderos que siempre terminaban en el agua, que soñaba un Orlando
de almanaque 3 mientras marchaba al rancho de un hombre tan viejo
como su padre, o la María Eugenia del poema de la propia Georgina, a la que un
casi mago le impregnaba humedades en la boca apenas de cantar una canción 4.
Había entonces que comprender las terminantes advertencias de las mayores de
esta muchacha, negras viejas de antes merecedoras de su oriki famoso, y ella
tan joven en sus veinte años, y tan negra en su edad de sazonadas carnes. Tan
joven y tan negra, qué pretendería ofrecerle La Habana aquella tan terrible en
destinos deslindados a la muchacha llegada apenas con su ser y su sed de
ternuras y su atado de poemas en el pecho: “¿Criada o prostituta?”. “Por lo
pronto está bien, seré criada”. Fue lo que respondió o quiso responder, porque
fue mucho más lo que al cabo sus brazos y el paso de los días construyeron.
2- Onelio Jorge Cardoso:
“Mi hermana Visia”. Cuentos, 1973, p.
74.
3- Onelio Jorge Cardoso:
“Isabelita”. Cuentos,
1973, p. 248.
4- “En vez de flores, amor a María Eugenia”. Gustadas sensaciones, 1996, pp. 35-36.
Tomó en
efecto ocupación de empleada doméstica, que hasta hoy, por más que arguyan
otros, es oficio de honestos para ganar el pan, y entre fregar, lavar, planchar
y cocinar, hacerlo todo en aquella casa, fue pronta sin embargo en descubrir en
la barriada una escuela nocturna de Secretariado que sirvió para mucho: Cuando comenzaron las clases, la profesora
se asombraba de la formación que yo traía y me decía que debía estar en una
escuela de Periodismo. Allí se recibían clases de mecanografía, como parte de las
cuales había que teclear trozos de obras literarias relevantes, lo cual influyó
bastante en mí. También incluía la enseñanza de Taquigrafía y de Español y
Matemáticas, pero a un nivel muy elemental en comparación con el que yo traía
de la enseñanza regular.
2 Ella no había leído a nadie, dice, venía de un
ambiente muy pobre; la nota de solapa de su primer libro nos hace saber que aún
entonces, ya de veintiséis años,
Georgina Herrera solo había leído a un buen poeta, el argentino Leopoldo
Lugones: asombro de país que teniendo tan poderosa poesía y a ella debe tanto
ser nación, y el modo obstinado en que los escondía, valga el pretérito. En
tanto rememora ella que una de sus vecinas en Jovellanos le daba a leer una
revista mexicana, La Familia, para
que aprendiera algunos modelos de tejidos que aquella estaba enseñándole. Pero
sucede que en la contraportada halló versos de una poeta de aquel país, Rosario
Sanzores, que era como nuestra Carilda Oliver Labra: apasionada, fogosa,
amorosa, y aquello impactó a la adolescente, que soñaba también, como tantas de
su tiempo, escuchando las radionovelas cotidianas. Escribía la bella mexicana
versos como estos:
Me
vestí de negro cuando te marchaste
me
vestí de negro...
y
en torno a mis ojos oscuros y graves
se
formó un gran cerco.
Y cómo
retornar la muchacha a la página correcta de las agujetas y las ordenadas
vueltas del hilo, sin extasiarse en el misterio sugerente de las líneas
cortadas, si hasta por la radio le llegaban musicales estrofas de inspiración
de la yucateca: “Y en la penumbra vaga de la pequeña alcoba/ donde una tarde me
acariciabas toda”, que algunos y algunas de suficiente edad todavía recordarán
de aquellos programas que se sucedían unos a otros, entre radionovelas y
noticiarios, desde el aparato que era casi el bien más preciado en casas del
campo y ciudades cubanas.
“Romance del niño porfiado” tituló Georgina su
primer poema. Nada más nueve años tenía cuando escribió la composición, que su
maestra, impactada, llevó al periódico del aula, lo que hoy dirían: el mural.
Si en ocasiones cree el adulto agobiado que las iluminaciones de un niño son
inspiración pasajera, ella seguiría con las suyas el ritmo de los grados
escolares, como si tan sólo hiciera falta un motivo mínimo para que los
renglones del texto salieran así, medidos y con su rima unas veces, otras no.
Recibirá su primera lección de literatura en la Primaria Superior, entre los
trece y los catorce años, cuando le encargan escribir un acróstico a partir de
la palabra inocentes, en homenaje a los estudiantes de medicina
fusilados por el régimen colonial español en 1871. Aunque no faltó quien dudara
de tan joven vocación por la poesía, indagando con énfasis: “¿A quién tú
copias?”, otra vez la maestra cimentó la confianza en un reconocimiento ante la
clase:
― Aquí les
presento a una poetisa de alto vuelo.
Un día tomó
el ómnibus hacia la capital. Era la única pasajera que iba a subir en aquella
parada, con su susto y un breve equipaje, viendo a través de la ventanilla como
se le iban apartando de la vida el parque de sus paseos adolescentes, la
funeraria de algunas dolorosas despedidas; personas que con sus nombres
vernáculos y su inaplazable realidad se diluían en el humo del escape. Cuando
quedaron atrás los naranjales de Rufino todo se esfumó “tan rápido/ que no hubo
tiempo/ para sacarlo de la memoria” (“El pueblo, para siempre”. Gustadas sensaciones, 38). De cualquier
modo, ¿fue aquella la partida o su culminación? Tal vez comenzó cuatro años
antes, cuando la edición de Excelsior
llegó con su poema “Verdes ramas” 5. Sí, ese día pudo haber dado el
primer paso.
¿Buscan
acaso, verdes ramas,
inclinando
tus hojas hacia el suelo
comprensión,
piedad, amor, consuelo?
Mas
aquí no se comprende ni se ama.
5- El título del poema y la cuarteta transcrita se han
tomado de Daisy Rubiera Castillo: “Georgina Herrera: una poeta afrocubana”. Afro-Hispanic Review, Volume 24, Number 2, Fall
2005, p. 127, consultado en internet.
Al tiempo que
triunfa la Revolución escribía décimas y
sus amigos le sugieren acercarse a la sección “Página Dos” del periódico Prensa Libre. Este era uno de los
núcleos culturales de aquellos días donde la literatura alentaba con fuerza.
Era un grupo joven y muy politizado; entre ellos estaban Rolando Escardó, Luis Suardíaz, Raúl Luis, una muchacha
llamada Niurka Lipis y también Manuel Granados, que fue su esposo y padre de
sus dos hijos. Eran el grupo más joven de la avanzada literaria de aquel
momento efervescente. En el mismo edificio estaban los miembros de Lunes de Revolución, que eran como una
élite, personas ya con una formación, con libros publicados, que habían
regresado al país desde el extranjero. “A veces nos encontrábamos en la
escalera y nos saludaban muy correctos, pero se notaba el trato diferente, la
superioridad”, rememora Georgina.
― Había un
fervor de creación muy grande en aquellos momentos. Yo seguía de doméstica y
ellos se preocupaban por mí, trataban de buscarme un empleo. Era el principio
de los años sesenta y a veces hacíamos periodismo: recuerdo viajes a las Minas
de Matahambre, a la Ciénaga de Zapata. Era una época en que pasaban cosas muy
seguidas, buenas y malas.
Georgina, que se define como
la inocente de aquella hornada de literatos ilusionados por el cambio en la
historia del país, se entera continuamente de nuevas cosas, de nombres y libros
y autores que no conocía. Asiste con sus compañeros al Congreso de
Escritores de 1961, donde es fundada la Unión de Escritores y Artistas de Cuba,
UNEAC. La deslumbra hasta hoy el esplendor del evento y en especial de la
fiesta de clausura, celebrada en la sede de la Cancillería, donde es presentada
a alguien que será un buen amigo por muchos años, el cuentista Onelio Jorge
Cardoso. Aunque con pocos libros todavía, este atesoraba una consistente
trayectoria literaria y una considerable experiencia en los medios, como
reportero para revistas, documentalista de una compañía publicitaria y
guionista de algunas de las radionovelas que la joven poeta solía escuchar en
su Jovellanos natal.
Como hacer
versos no riñe con las rutinas del existir,
antes nutre sus tropos de la vivencia, continuaba como trabajadora doméstica y
varios de sus amigos se proponen hallarle un empleo acorde a sus capacidades
como escritora. Onelio la envía a la nueva revista Cuba donde él mismo colaboraba, pero únicamente le ofrecen dietas y
pasajes de avión para que viajara a
escribir sus reportajes; esto disgustó al narrador, que preguntó luego, de qué
creían que iba a vivir la muchacha. Con el dramaturgo argentino Samuel Feldman,
que impartía clases en Cuba, asciende un día la escalinata de la Universidad de
La Habana, a una cita con una importante
personalidad y su esposa.
― Cuando llegamos ante aquel matrimonio y dice
Samuel: «¡Ella es!», el señor me miró de arriba abajo y miró a su señora de un
modo significativo, como haciéndose entre los dos un mensaje con los ojos, y no
dijo una palabra, ninguno de los dos habló. No nos atienden, no dicen una
palabra, solo me miran de arriba abajo, y Samuel se despide a causa de aquella
actitud.
El hombre que
los recibió era un intelectual venerado y un político. Había dirigido por casi
veinte años la principal formación política de orientación comunista existente
en el país antes de 1959, en cuya representación fue senador y aspiró a la
presidencia de la república. Después de ese año promovió la integración de su
partido al que actualmente dirige la Isla, encabezó organizaciones promotoras
de la paz y de la cultura, fue embajador y rector 6. Por mucho
tiempo y las consabidas razones, calló la poeta la identidad de las personas
que tan fría acogida le ofrecieron, negándole tácitamente su trato y a la vez
la esperada ayuda. Todavía en 2010, cuando un joven reportero la sorprende con
la pregunta acerca de la identidad del profesor y su esposa que la miraron “de
arriba abajo con indiferencia”, ella revela el nombre, pero enseguida reclama
discreción: “No vayas a poner nunca eso en ningún lugar”
7. Con el espinoso cardo como testigo, la poeta lo dice esta vez en
la frase más simple, sin advertencias ni emociones: Era el doctor Juan Marinello Vidaurreta.
6- Ver la referencia a este asunto en Daisy Rubiera
Castillo y Georgina Herrera: Golpeando la
memoria. Testimonio de una poeta cubana afrodescendiente. Ediciones Unión,
La Habana, 2005, pp. 94-95.
7- Carlos Velazco Fernández: “Georgina Herrera,
outsider”. Unión, La Habana, año
XLIX, no. 69, 2010, pp. 75-83.
Desde la
altura de sus versos, que la envuelven como viento húmedo que ha de persistir
fecundando florestas y cultivos, Georgina Herrera asegura que el menoscabo no
dejó herida en su momento, aunque sí defraudó al empeñado Samuel Feldman, quien
la alentaba mientras iban al encuentro de dos jóvenes poetas que abrirían para
ella una puerta inesperada. Entre risas los encuentran en la acera frontera de una
casa; tienen menos edad que quien acaba de ser presentada por el argentino y
son, todavía en estado de inocencia, Ana María Simo y José Mario Rodríguez,
gente de letras.
― Cuando nos presentan, yo llevaba unos poemas
mecanografiados y Samuel me dice que se los muestre y di un pliego de papel a
cada uno. Según leen, dejan de reír, hasta quedarse serios, y acaban y me
dicen: “Déjanos los poemas” y “¿Tienes más?”, y antes de despedirse me dieron
el teléfono de la casa de Ana María y me pidieron: “Tráelos todos”.
3 Aquellos dos eran parte de otro núcleo literario
que fue conocido por el nombre de la editorial que fundaron: El Puente. La
colección poética de Georgina Herrera entró sin más trámite en proceso de
revisión. La autora frecuenta la casa familiar de Ana María Simo, personas de buena
posición que la acogen cordialmente, y allí pasará el tiempo en lecturas, conversaciones
con la nueva amiga y sobre todo pasando a máquina el texto de sus poemas.
Cuando concluye, faltaba el título, había un poco de presión con la imprenta y
Ana María se decide: “Vamos ponerle GH, que son tus iniciales” y todo el
mundo quedó encantado con el libro, que salió de las prensas en diciembre de
1962. Antes que festinada prisa, la elección tan escueta para identificar el
cuaderno revela la impronta de la época; el dinamismo y la pasión creadora de
esta decisión traen el recuerdo de otra similar, en el caso del camagüeyano
Rolando Escardó, cuyo libro de 1961, publicado por Ediciones R, tomó el título
del envoltorio de las cuartillas originales: El libro de Rolando.
De los
comienzos de la obra de la joven matancera, diría un prologuista: “Georgina
Herrera ha escrito versos que son como susurros entre la alegría épica de los
años sesenta”. También dice que es mujer iluminada por el fuego de su poesía:
“Fuego que desgarra y alumbra uno de los caminos más íntimos de la poética
contemporánea cubana: los caminos de la soledad, de los sacrificios permanentes
que ha heredado una raza y la voluntad de comenzar de nuevo cada mañana del
mundo”. 7
8- Roberto Zurbano: “G.H. o una pequeña llama en la
tempestad”. Prólogo a Daisy Rubiera Castillo y Georgina Herrera: Golpeando la memoria. Testimonio de una
poeta cubana afrodescendiente. Ediciones Unión, La Habana, 2005., p. 11
Hallo en
muchos versos expresiones muy singulares del ser íntimo de Herrera, de su
modestia, serenidad y pasión, como esta que copio del poema “Digo”, de GH:
Puedo
seguir sembrada a la costumbre
de
cosechar luceros y tristezas;
y
vestir, como siempre,
esta
inquietud de todo que me abrasa
con
un poco de lirio y de pereza.
Esa
contención, delicado resguardo de una intensa energía, ¿no será en verdad la
cualidad femenina más poderosa, en ella se destilada como el elemento químico
en estado de pureza que maravilla al final de un arduo proceso que culmina con
el brillo y las nítidas líneas de un cristal descubierto, en el tubo de
ensayos? El crítico Enrique Sainz encuentra que
un tono de refinamiento muy propio permea prácticamente todos los libros
de la escritora nacida en Jovellanos, y brinda de su poesía una lúcida
definición: "Los hechos y el dolor existen y poseen un inmenso dinamismo
creador que unas personas pueden comunicar intensamente y otras no. Yo diría
que los dos rasgos capitales de la palabra poética de Georgina Herrera son la
delicadeza y la humanidad estremecida que late detrás de los versos" 9.
9- Enrique Sainz: "Dialogo feliz con Georgina
Herrera. Unión, La Habana, Año L, no.
73, 2011, pp: 82-85.
Hay en varios
poemas de su libro inaugural una persistente alusión al árbol como metáfora, a
veces imagen, símbolo de una diversidad de valores con los que se identifica la
joven poeta. Así en el primer poema, “Para la ceniza” (9), la esperanza del
crecimiento se frustra abruptamente por el corte del filo o la violencia del
fuego, en tanto al autora de los versos se entrega a prematura desesperanza. El
tono cambia una página adelante (“La palabra”, 11), cuando el árbol es símil de
rebeldía que “...sigue buscando/ la tierra que no llega/ y sigue pertinaz, sin
doblegarse”. Hacia el final del libro (“Cedro mío”, 43), versos como “el verde
despertar alborozado”, y “el modo de treparse por el aire/ ganando altura, como
un ciervo verde”, subrayan un optimismo que al doblar la página se derrumba en
crudas alusiones a la muerte. Esta, el fin de la existencia, es un tema
trascendente, que recorre uno tras otros sus libros. Entendemos que el final de
la vida resulta una circunstancia derivada de la condición natural de la
existencia humana, y es habitual que la poesía manifieste toda la angustia y
desconcierto existencial ante este hecho, pero no he podido dejar de percibir
su aparición en extremo temprana en sus textos, y me refiero al poema “La
palabra”:
Se me han borrado todas las palabras
menos una de filo airado: muerte.
Es por ella,
la temida, perversa y rebuscada
que mi árbol sin tierra se sostiene.
(“La
palabra”. GH, 1962, p. 11).
La historia
de la editorial El Puente es uno de esos asuntos de la cultura nacional que
sólo el muy enterado es capaz de rastrear en las páginas de publicaciones
culturales, porque en la prensa que lee el ciudadano en su día a día tales
particularidades jamás son mencionadas. En 1966, Jesús Díaz, un joven y sin
dudas relevante intelectual de los sesenta clasificó al grupo de novísimos
creadores como “la fracción más disoluta y negativa de la generación actuante”,
y su gestión cultural, “un fenómeno erróneo política y estéticamente” 10.
Díaz ganó ese mismo año el premio Casa de las Américas de cuento con Los años duros y era
director de la revista cultural El Caimán
Barbudo; estaba vinculado al Departamento de Filosofía de la Universidad de
La Habana y poco después integró también del consejo de redacción de la revista
Pensamiento Crítico 11, posicionamientos que permiten estimar el
peso del criterio de quien emitió tales opiniones, con solamente veinticinco
años de edad.
10- Jesús Díaz: Respuesta a “Encuesta generacional”. La Gaceta de Cuba, abril-mayo 1966.
11- “Jesús Díaz”. En Ecured portable v1.5 , Centro de Desarrollo Territorial Holguín –
UCI, 2011-2012.
En su
respuesta a Díaz, quien finalmente acabó saliendo del país y fallecía en Madrid
en 2002, Ana María Simo recordó que El Puente había publicado a autores “tan
disímiles” como Nicolás Dorr, Mariano Rodríguez Herrera, J. R. Brene, Miguel
Barnet, Belkis Cuza Malé, Rogelio Martínez Furé y Joaquín G. Santana, y emplaza al crítico: “¿Participaron también
ellos del supuesto error político y «eran malos como artistas»?” 12.
El catálogo de Ediciones El Puente a un año de su fundación, en la fecha en que
GH sale de la imprenta, alcanzaba 15 cuadernos de poesía, 2 libros de cuentos y
uno de teatro, mientras se encontraban en proceso otras nueve obras; el balance
final, al quedar cancelado el proyecto en 1965, sobrepasa los cuarenta títulos.
La historia de esta iniciativa cultural concluyó con el internamiento de José
Mario, su creador, en un campamento de las llamadas Unidades Militares de Ayuda
a la Producción (UMAP) y su posterior salida del país, al igual que en el caso
de Simo. Reconsiderando sus vivencias al cabo de un extenso período como
creadora literaria, Georgina se refiere al “proceso de depuración” en los
complicados años sesenta, durante el cual “La actividad revolucionaria era muy
fuerte, pero no podemos negar que el extremismo también hizo sus estragos”. 13
12- Ana María Simo: “Encuesta generacional II.
Respuesta a Jesús Díaz”. La Gaceta de
Cuba, #50, abril-septiembre de 1966.
13 - Golpeando la memoria, edición citada, p. 99.
4 A cuatro décadas de distancia, una valoración
crítica de GH deshace hasta el fondo
la suspicacia, las descalificaciones y las sucesivas postergaciones que la
poeta publicada por El Puente afrontó con su ética y su calmado permanecer. Al
incluir a Georgina Herrera en el Álbum de
poetisas cubanas que compiló, Mirta Yáñez daría esta valoración:
El
primer poemario de Georgina Herrera, llamado con sus propias iniciales, GH (1962), sorprendió por sus intuiciones y su
desprejuiciada forma de abordar su universo interior. Su poesía revela aspectos
hermosos o terribles de la
cotidianidad,
con una audacia que roza una inocencia esencial, sin abandonar la lucidez de
una sensibilidad que la poetisa parece entresacar de rincones turbios y que
ella aclara con la sencillez y la ternura. 14
14- Álbum de
poetisas cubanas (Selección e introducción). La Habana, Editorial Letras
Cubanas, 1997 (reedición: La Habana, Plan Especial, Ed. Letras Cubanas, 2003).
Citada por Bibiana Collado Cabrera: “«Cimarroneándose y en bocabajos» ¿Una
poesía afrocubana de la revolución? El caso de Georgina Herrera”. Saggi Ensayos/ Essais/ Essays N. 6 –
11/2011. Revista de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de
Milán, Italia.
Georgina
Herrera continuó su marcha como poeta y con la ayuda del amigo Joaquín G.
Santana halló al fin un empleo como escritora radial, profesión que abrazó con
amorosa vocación durante toda su larga vida laboral. Después de la publicación
de GH por El Puente, pasarán doce
años sin volver a ver impreso un libro, ni aparecer siquiera en las antologías,
circunstancia que ella valorará con juicio exacto, si bien a su modo contenido:
“El silencio es una manera de matar, de borrar” 15. En 1974 sale
finalmente de imprenta su Gentes y cosas,
que había enviado a concurso cuatro años antes, pero le dieron el premio a “un
folletito del que jamás se volvió a hablar” 16. Este segundo
poemario llevará en la contraportada unas palabras distinguidas por su altruismo o quién sabe si por mecánica
ignorancia del valor de los empeños personales y afán de superación comenzados
en fecha bien temprana por la joven creadora: “La autora es un ejemplo bien
claro de cómo la Revolución ha salvado muchos destinos literarios que de otro
modo se habrían perdido sin remedio.” 17
15- Carlos Velazco Fernández: “Georgina Herrera,
outsider”. Unión, La Habana, año
XLIX, no. 69, 2010, pp. 75-83.
16- Golpeando la
memoria, 122.
17- Nota de contraportada Gentes y cosas, poemario de Georgina Herrera. Ediciones Unión, La
Habana, 1974.
La imagen del
árbol persiste también en esta obra tan distante en el tiempo como pletórica en
motivaciones. Las equivalencias del símbolo vegetal se proyectan ahora al
sentimiento amoroso, bien sea la entrega confiada hacia la plenitud (“Tu
suavidad me lanza hacia el temblor/ como la hoja más pequeña/ del árbol más
humilde”. “Dedicatoria”, Gentes y cosas,
41), o llegue como anuncio de ruptura sentimental con el amado:
Nunca
verás creciendo sobre
la tierra que hice de tu piel
ese árbol
en que transformé mi cuerpo solo,
para tu amor.
(“Sentencia”,
Gentes y cosas, 43)
La
experiencia de vida de la etapa transcurrida desde la terminación del poemario
inaugural se expresa en esta obra en el sentimiento de plenitud que la embarga
por su condición de madre y la dedicación a los hijos que es ahora parte de la
cotidianidad de una mujer que se completa a sí misma sin dejar de pertenecer al
tiempo que le corresponde. Sobre los dos
que tuvo testimonia apasionadamente en “Seis de enero”, “Anaisa”, “El
tonto”, “Canción de cuna”, “El adorable
sentenciado”... En “Las dos mitades de mi sueño” expande ese sentimiento de
realizada femineidad con la potencia vital del fresco retoño de un árbol futuro
o la constancia de existir que viaja en una fragancia floral:
...ambos me han hecho
una mujer hermosa”
En Gentes y cosas, Georgina había reunido
poemas sobrantes de GH, otros sueltos
y los escritos específicamente para ese libro. Luego escribió Los hijos de Israel, que envió a un
concurso en 1967, pero no obtuvo premio y el manuscrito se le perdió. Más tarde
escribió otro titulado Tiempo traído por
los pelos, que recibió mención e iba a ser publicado, ya estaba su portada
diseñada y todo, pero se demoraba su salida, entonces presentó Granos de sol y luna, un cuaderno de 34
composiciones. Cabe que con sorprendente rapidez, llegó a las librerías esta
obra, considerando no sólo el tiempo transcurrido
desde el anterior, sino que en 1978 todavía marcaban la pauta de la creación
literaria las directivas de aquel Quinquenio Gris, que querían la obra para
educar al pueblo, preparara al hombre para la nueva sociedad en un proyecto
alcanzable, visible con sólo arrancar las hojas del almanaque hasta llegar a
una cifra cerrada por los solemnes ceros y repetir palabras mágicas, actos
plausibles, consignas reiteradas. Fue
clave para este libro le fuera concedida un año antes la primera mención del
concurso “Julián del Casal” de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Abre Granos de sol y luna con un poema a modo
de testamento dedicado a sus hijos, en el que, a pesar de las alusiones a la
muerte en los términos menos tranquilizadores (Alevosa, Dueña del Sueño Artero,
La que Juega Conmigo y Gana Siempre) hallamos un optimismo implícito en su modo
nítidamente iluminado:
“He padecido
de amor irremediable hacia la vida.
Ahora, a modo de fortuna,
granos de sol y luna, entremezclados,
para el más bello atardecer les dejo”.
(Granos
de sol y luna, 9)
Reaparece en
sus composiciones un ejercicio maternal hecho materia poética palpable. Ahora
el lenguaje escogido trasciende en la reiteración de un inventario de gestos
amorosos que no desgasta el paso de las eras del mundo civilizado ni pierden al
enunciarlos la calidez de huella entrañable en la intimidad de la crianza.
El viento, apenas
puede ser llamado por su nombre
La lluvia, lenta y breve
se establece.
Es obligado levantarse
a desdoblar las sábanas,
taparlos,
acomodarle al grande la cabeza,
besar a la chiquita. Luego
vuelta a la cama, por si acaso, el sueño
como la lluvia y con la brisa viene.
El título de
este poema, “¿De noche? con los hijos”, ¿no lleva en el modo de expresarse
cierta enunciada respuesta a sugerentes o ansiosas inquietudes de amor? Al cabo de los años, cuando el balance
ilumine remembranzas de aquel tiempo, volverá al tema con un sentimiento de
plenitud que va a incluirlo todo: los ardientes brazos del amor, su inabarcable
orgullo como madre:
Yo fui una vez una muchacha hermosa
que anduvo con sus hijos:
una en los brazos, de la mano
el otro.
A veces los dejaba para verte,
para que fueras dueño de mi cuerpo.
Luego ella
regresaba con sus hijos, y completaba por una nueva vez el ciclo de aquella plenitud,
que “era mucho más que la felicidad” 18
18- “Supe cuando
fui feliz”. Gatos y liebres o libro de
las conciliaciones, 2003.
Hablará
nuevamente del amor y algunas de sus difíciles alternativas, como en esa breve
estrofa de “Las queridas”, palabra muy vernácula parece, para designar a la
mujer amante de un casado; asume a estas el poema inusitados símiles: islas
habitadas por oscuras palomas; aguas que han de lavar suciedades y heridas,
emblemas de postergación, en fin. Volverán las alusiones a la muerte y nos
sorprenderá aquella victoriosa constancia que levanta en “Mínimo elogio para mí
misma”, citado en las primeras líneas de este texto. Consideraciones a partir de la perspectiva
histórica, equilibran en la balanza de la percepción poética ser social y
condición femenina, en el enfoque de los dos poemas de idéntico título, “Las
Muchachas”. Vaciando en el molde de su biografía el instante en que heroínas
soviéticas se enfrentaban a la muerte como combatientes, justo cuando ella era
una escolar y, más tarde (“Ahora me aparezco....”) como si reprochara los
avatares de su propia condición humana, disminuyéndolos acaso, al contrastarlos
con el destino de aquellas jóvenes.
Todavía en Grande es el tiempo (1989), se excluye
la mención a GH en la ficha de autor.
El diseño de portada combina símbolos de identidad de la poeta matancera: la
palma nacional, dignamente erecta sobre un fondo de nubes y estrellas; la
fresca y femenina flor de mariposa junto al río, el hacha de Changó de su
herencia afrocubana, de algún modo ―tal vez o no intencional― subrayada en
cierto estilo del arreglo que lleva en su cabellera la autora en la foto de la
ficha biobibliográfica. Es que los poemas de este cuaderno concentran el tema
de las religiones originarias del continente negro. Expone en una de sus
composiciones la leyenda de una esclava rebelde (“Fermina Lucumí”), y en
“Retrato oral de la victoria”, inspirado en una bisabuela a la que Georgina
dice parecerse cuenta: “Cimarroneándose y en bocabajos/ pasó la vida”. Más
tarde expresaría en un texto autobiográfico: “Me dijeron que yo era hija de
Yemayá, aunque no quiero que Ochún 19 se ponga brava conmigo, porque
dicen que ella siempre está pegada a mi” 20. El modo en que Georgina
Herrera expresa en poesía a los orishas
del panteón yoruba manifiesta una percepción vital de la creencia, próxima a
los avatares y motivaciones del devoto.
“Amo esos dioses
con historias así, como las mías:
yendo y viniendo
de la guerra al amor o lo contrario” 21
19- Changó es dios del fuego en la regla de Ocha,
patrono de los guerreros y las tempestades. Yemayá, madre de la vida,
progenitora de todos los orishas; y Ochún, alegre y bella, dueña de la
femineidad y de los ríos, es protectora de gestantes y parturientas (Natalia
Bolívar Aróstegui: Los Orishas en Cuba.
Editorial José Martí, La Habana, 2017, pp. 257, 189 y 219).
20- Golpeando la memoria..., edición citada, p. 132.
21- Georgina Herrera: “África”. En Grande es el tiempo. Ediciones Unión, La
Habana, 1989, pp. 14-15.
El título de Gustadas sensaciones (1996) ¿será un
equívoco? El poema que abre y se titula como el libro, crea una aparente y
adelantada despedida, tal vez porque la autora presume que así debería sentirse
con el imponente arribo a la edad de los sesenta años 22:
De un tiempo acá, la sensación
del fin, del verdadero,
irrefutable final viene hacia mí...
(“Gustadas
sensaciones”, 7)
22- Es curioso,
un lustro más tarde, el 23 de abril del 2001, cumple la poeta 65 años y pide
cautela a su corazón en términos de sorprendente lozanía juvenil: “Se cree
zunzún, planeta” y “...anda/ por los tejados, pinta/ en violeta y fuego los
crepúsculos” (“Terco es mi corazón”, Gatos
y liebres o libro de las conciliaciones, p. 17).
Sin
transición, sin el gesto aquiescente de justificar el título del libro, llega
esta sección de cuatro poemas aferrada también a una dolorida antítesis de las
tranquilizadoras palabras que lo identifican: “Sensaciones que no merezco,
lacerantes”, y en ella el reconocimiento probablemente aplazado de una herida
que la muerte ha fijado en los huesos de una madre: la pérdida de la hija
pequeña. Basta un par de versos para la comprensión:
¿Alguien sospecha la medida de este
duelo
si es mi beso más alto el que ha caído?
(“Duelo
único”, 15)
Luego se
suceden algunos ajustes de cuenta más o menos solemnes, o algunas
reconsideraciones de los mitos, que por no abundar diremos que levantan a una
definitiva Eva, tomando posesión de su identidad escamoteada al sugerir a Adán
que cuente sus costillas, “que ninguna le falta”; luego estiman necesaria una
mirada más atenta al selectivo criterio en la obtención del pase a bordo al
arca de Noé, o a fin de establecer el rostro verdadero que cabría esperar de un
Jesús no precisado, y encima mostrar, como para que no comenten herejía
únicamente de una parte del santoral de estas devotas ínsulas, qué
controvertido modo de entender su sacrificio una mujer que se asume hija de la
Caridad del Cobre y, para pagar la deuda que íntimamente entiende con Oggún,
dispendia en abundancia lo que a sí misma por
todo un año se priva, para dar al festejo del severo y prestigioso orisha
23 luces, alimentos, cantos ancestrales por tres días que, vaya
casualidad, comienzan en fecha tan señalada como es el veinticuatro de junio,
también efemérides católica de San Juan Bautista, qué pequeño es el mundo.
5 Aunque hay una bella Poesía completa de hará un par de años, el último libro de Georgina
Herrera que he leído hasta hoy es Gatos y
liebres o libro de las conciliaciones (2003). Acudo al diccionario para no
defraudar el entendimiento: nos invita la poeta en su vanguardista título a
componer y ajustar ánimos desavenidos 24. A veces compone y ajusta
el discurso poético lo que en el entorno parece todavía carente de un
acuerdo duradero, de ánimos avenidos,
concordantes. Otras está más en lo interno del sujeto, donde la mujer hace en
versos un balance y lee su cuerpo desde la victoriosa constancia de lo que,
aunque irrecuperable para el físico mundo, proclama en otros modos su absoluta
permanencia:
...Era
entonces mi vientre
sustancia sideral enloquecida
cera, barro, mármol diluido
en fuego de aguas
para moldear planetas.
(“Segunda
vez ante el espejo”, 23 abril 2002)
Y si bien no
se ahorra en poderoso eros la memoria (“...pechos abejas aguijoneando/ en un
vuelo fatal inevitable”), calca la emoción hondo latido de ternura cuando
recuerda la amorosa sus hacendosos pechos de hace tiempo, que daban la miel del
alimento a aquellas indefensas boquitas ávidas.
23- Oggún es uno de los orishas guardianes en la
religión yoruba. En su fundamental obra Los
Orishas en Cuba, p. 79, Natalia
Bolívar Aróstegui caracteriza esta deidad como “violento y astuto”, si bien con
facetas de bondad y maldad. Es considerado dios de los minerales, las montañas,
las herramientas, de los oficios y profesiones del metal, protector de la
medicina e importante patrón de las cárceles y las cadenas.
24- Diccionario
Ilustrado Aristos de la Lengua Española, p. 159.
De todo el
caudal poético que Georgina Herrera acopia en su existir sensible a cuánto
humano transcurre, escojo por subjetiva inclinación un poema inevitable por su
sorprendente valor de convocatoria y esa certera capacidad de explicarnos uno
de los momentos más controvertidos de la historia reciente del país. En tales
tiempos habría traído mucha esperanza y considerable claridad a tantas gentes
desconcertadas, con sólo reproducirlo en unos cuantos folios y colgarlo en los
postes de la luz, en los árboles de los parques, usarlo eventualmente de patrón
de pruebas al final de la programación televisiva y darlo en la radio antes y
después de los noticieros. Sólo hay que decir que “Aviso a los que viven en
Caná” fue escrito en 1990 (pero todavía es un sano recordatorio):
Canaenses:
Hasta que dios regrese
(si es que vuelve)
no habrá milagros.
Un poco de agua turbia
no puede ser torrente de buen vino,
ni un breve pez sin nombre
todos los peces que en la mar habitan.
Un pan es mucho pan
solo en sus manos.
En las nuestras
no llega ni a migaja entre los labios.
Así que, mientras vuelve, por si tarda,
hagamos redes, barcas,
ganemos tiempo
en la cosecha del trigo y de las frutas
y, sin apuros, démosle
a cada asunto el tiempo necesario.
Tal vez
habría debido preguntarle a la anfitriona ― y buen momento hubiera sido el
brindis con la prestigiosa cachaça a
la que generosamente invita ―, si la
astróloga que una vez consultó algo pudo explicarle acerca de las falsas
premoniciones que en ciertas ocasiones se le encimaron. Habida cuenta de que la
escolar a quien la suspicacia supuso copiadora, halló para sus versos una nueva
semántica en el lenguaje de todos los días; el pacto con La Habana aun
funciona: lo más cercano al domicilio de la recién llegada fue una escuela; el
lóbrego silencio de unos paradigmáticos personajes condujo a la publicación del
primer libro. Y la conclusión de una nota de contraportada sobre el destino
literario de una joven poeta, simplemente pretendió convencernos de que no era
aconsejable salir al mundo con las decisiones tomadas, justo como la mariposa
que suelta sus alas, “salta al espacio sin límites, dejando para siempre la
oscura rama o la apacible flor...” 24. © Ismael León Almeida. La
Habana, 16 de marzo de 2020
24- “Muchacha y mariposa”. Gustadas sensaciones, p. 41.