Tuesday, February 21, 2023

LOS VIAJES DE VÍCTOR AGOSTINI

 

LOS VIAJES DE VÍCTOR AGOSTINI

 

Sorpresa tenía que ser la aparición, en un almacén destinado a la circulación de producciones bibliográficas recientes, de casi una veintena de ejemplares de una obra fechada en 1965, salida nada menos que de la escogida y hoy virtualmente patrimonial Ediciones Revolución. Más admirable, si cabe, es que autor y título se quedaran prendidos en la memoria de quien halló la rara muestra, sin encontrarles asidero entre lo creído literatura nacional.

La novela Dos viajes, de Víctor Agostini, nos colocaba delante a un narrador prácticamente olvidado por los lectores cubanos ―y sospechamos que asimismo por la crítica literaria― del medio siglo transcurrido. Sus libros corresponden a esa tensa zona histórica que marca, cronológica y culturalmente, la transición de la denominada pseudo república y el período de construcción del modelo socialista en Cuba.

Nacido en Nueva York en 1908 y radicado en Cuba desde la edad de diecisiete años, Agostini desarrolla la totalidad de su producción literaria en esta Isla, donde fallece en 1995. Antes de la novela hallada, había publicado el volumen Hombres y cuentos en 1955; ocho años después, una nueva selección de relatos, Bibijaguas, y a continuación de Dos viajes vendrían la novela Filin (1973) y otra colección de narraciones cortas, titulada Recuento, ya a la edad de 81 años y pasados más de tres lustros de la aparición de la obra precedente.

En Dos viajes, Agostini va a revelarse absolutamente incapaz, en tanto literato, de superar su íntima contradicción clasista. Trabajador bancario durante toda su vida, empleo cuya remuneración y esfera de relaciones sociales se ubicarían, necesariamente, a considerable distancia de los duros retos del proletariado en el poder, afrontaba en los dinámicos sesentas habaneros el desafío de ganar un lugar en la cotidianidad revolucionaria, tarea difícil en un tiempo en que, además, estaba en marcha una desafiante campaña denominada “Lucha contra el burocratismo”, que al parecer incluia a todo aquel cuya labor se desarrollara en oficinas y que hasta hoy ha dejado, en el humor gráfico, un personaje que insiste en vestir de saco y corbata, cuando el resto lo hace al modo más corriente y proletario. Entonces es comprensible la opción del escritor de ahogar en el personaje central de su novela todo vestigio pequeño burgués, aunque para ello acabe por dotarlo de una percepción acrítica de la realidad y de una absoluta ineficacia como agente de transformación desde las posibilidades del arte literario.

El resultado es una novela que explora epidérmicamente el contraste entre las lacras sociales del capitalismo norteamericano y la sorprendente dinámica revolucionaria cubana. Separada en dos secciones de casi idéntica extensión, el título de cada una adelanta una clara intención valorativa: “Nubes y arena”, para el viaje en 1938 del joven protagonista Nicanor Alcejo a una localidad californiana; “Sol y rocas” para identificar la segunda parte, en Cuba, cuando el pequeño burgués ex-propietario de una imprenta se empeña en asimilarse a la joven revolución, tratando de entender el proceso.

Elusivos, inconstantes, sin un claro proyecto de vida, con tendencias consumistas y discriminatorias hacia pobres y latinos, los personajes de la primera parte sirven al autor para armar un esquema crítico que, más que cuestionamiento ideológico, se acerca más a un ajuste de cuentas autobiográfico. Sobresale en este contexto el punto de vista sobre Rusia de uno de los personajes en que se asienta el debate: “Imposición, aislamiento; un estado policial, lleno de campos de concentración” (67), declaración arriesgada aun en su contexto ficcional, si es que tenemos noción del ambiente político ideológico de la época.

Bajo los signos de la solidez y la energía avalados por el título de la sección, el viaje cubano de Nicanor Alcejo en 1963 lo llevará a testimoniar el ambiente de transformaciones con el que toma contacto a la vez que una delegación de invitados extranjeros a la celebración del Primero de Mayo en La Habana, a quienes sirve de traductor.

De propietario a expropiado y encima, responsable administrativo de lo que fue suyo, la toma de partido del personaje en las nuevas circunstancias parece encaminarse por una senda justificativa que lejos de insertarlo, lo fijará a los márgenes del devenir. Un minero de Matahambre lo creerá extranjero, y se siente obligado a responder ―obviamente a la  defensiva― que es “cubano y muy cubano”; alguien, además, le tratará con ironía: “el compañero Nicanor Alcejo quiere acostarse temprano”, en la simplista identificación de bienestar de clase con falta de espíritu y de laboriosidad. Los escándalos de las becadas en su barrio de clase alta molestan al protagonista de Dos viajes, pero expresa que “todo eso tiene que ocurrir”.

En fecha tan temprana, el germen de las justificaciones aparece en el relato, en un estilo cercano al periodismo más banal que a una literatura comprometida, de las clásicas visitas de los delegados a centros históricos y de labor. En la descripción de Playa Larga, escenario pocos años antes de la epopeya de Bahía de Cochinos, revela:

 “Todo estaba nuevo aunque un poco descuidado. Pasaban muchas excursiones por allí y no daba tiempo para mantenerlo en estricto orden” (98).

Sorprendente conformismo, en suma. Confundir justicia social y falta de disciplina urbana, acceso a derechos e incumplimiento de obligaciones sociales, disfrute de bienes colectivos e irresponsabilidad en la preservación del patrimonio común, no dejarían de tener consecuencias.

Dos “binomios amorosos” fracasan por pasividad en Dos viajes. Linda, la muchacha de posiciones extremas burguesas, racistas y xenófobas, le reprocha a un desconcertante Nicanor Alcejo: “Eres todo sexo, como latino al fin” (72), mientras el traductor de 1963 no llega a encontrar el camino hacia la sensualidad de su colega Lourdes, la que siempre se le impone por la vía de la expresión del compromiso revolucionario. “Aun las conversaciones entre Lourdes y Nicanor (centro de todo este accidentado itinerario) son párrafos de plática poco útil, que no infunden personalidad ni ánimo”, apreció Víctor Casáus en una valoración inmediata a la salida de la obra (Casáus, Víctor. «Dos viajes» en Unión. La Habana, enero-marzo de 1966, página 171).

Si Víctor Agostini se propuso dejar constancia del fracaso de un sector antaño privilegiado de la sociedad cubana, cuya cultura y amor al país debieron ―y tal vez pudieron― manifestarse más allá de su posición de clase, en mayor medida que su desconcierto, resentimiento por los bienes perdidos y mimetismo, es hora de otorgarle el reconocimiento a su triunfo.

© Ismael León Almeida (2011)

 

 

EN LOS TÉRMINOS DE ALEJANDRO QUEREJETA BARCELÓ

 

EN LOS TÉRMINOS DE ALEJANDRO QUEREJETA BARCELÓ

 

S

uele un viejo amigo que trasiega materias reusables con provechoso plus para su jubilación, aparecer de tanto en tanto con algún libro cosechado a orillas de una calle, donde alguno quiso ponerlo con un poco de pudor, para que lo encuentren otros que todavía leen. «A ver si llega a interesarte», dice, como si de verdad dudara el que porta el obsequio, cuando la casualidad que siempre ocurre es aceptarlo y estrujar la lista de lecturas para que el tomito sea pasado por las armas de la curiosidad, antes de encontrarle un resquicio en alguno de los dos libreros desbordados. Si más ajado que otras veces ― por pobre de papel, o demasiadas manos, o inclemencias del tiempo―, el último volumen de este año trajo en el título un algo de prestigio, de hecho tan añejada su fuente como si de los clásicos viniera, y con firma de un autor que no acababa de hallar en la memoria.

1 Pues Los términos de la tierra, de Alejandro Querejeta Barceló (Holguín, 1947), no sólo justifica desde la misma frase que identifica la obra aquella cita bíblica de su apertura1, sino despliega su sentido en el poder descriptivo de la geografía insular en la que desarrolla sus líneas narrativas, también explora inquisitivo aquello que establece de cada sitio lo entrañable, el alma de los lugares, podría decirse, y de una nostalgia por tales rincones del vivir es que se construye en buena parte el acto de contar que es la suma de esta novela, con sus veintidós capítulos y funcional epilogo.

1- “...y te daré por heredad las gentes, / y por posesión tuya/ los términos de la tierra” (Salmos 2,8).

 

Relato de cristalina estirpe realista, aunque la imaginación y la fantasía hacen su aparición refrescante y matizan remembranzas desde su pausado recuento, la novela traza de modo eficaz el crecimiento hacia la madurez de un adolescente que asume el mandato familiar de ser el “hombre de la casa” cuando no ha terminado aún el bachillerato, y este tránsito natural se iniciará en el momento de la muerte del padre y alcanzará a mostrárnoslo convertido en esposo y progenitor en espera de su propio descendiente, al cabo de un trayecto signado de valores éticos y marcada afectividad, a través de una iluminada movilidad narrativa, como aprendiz de barnizador de una carpintería, trabajador cafetalero de múltiples encargos y al cabo combatiente contra una tiranía, todo ello contado en un inusual tono sobrio, introspectivo e íntimo.

Un largo, tenso y provechoso proceso de creación llevaría a Alejandro Querejeta Barceló a concluir la novela inaugural de su producción artística, de hecho la única obra en este género por muchos años, durante los cuales publicó numerosa poesía, algo de cuento  y bastantes textos dedicados a la enseñanza del periodismo, uno de los encargos profesionales asumidos a partir de su residencia en Quito, Ecuador, hace casi tres décadas. La escritura de Los términos de la tierra la inició el autor en Santiago de Cuba durante los primeros meses de 1976 y alcanzó su mayor intensidad en un período de cuatro años iniciado en 1980, a raíz de ser despedido del diario donde trabajaba en la ciudad de Holguín.

Tiene de sorprendente la publicación de esta obra narrativa inaugural de su autor en una de las más relevantes editoriales en La Habana, pero es el caso que Los términos de la tierra, salida de imprenta en febrero de 1985, había concursado antes por el premio Casa de las Américas sin obtener el lauro 2, pero la condición de finalista que un miembro del jurado comunicó al autor explicaría perfectamente el tránsito de la novela hacia las mesas de lectura de la editorial Letras Cubanas. También, dejémoslo anotado, transcurrían en su medianía los años ochenta, un período de cambios en la percepción de las políticas culturales hacia el ejercicio de la literatura en el país.

2- El premio Casa de las Américas en novela fue entregado en 1983 al venezolano Denzil Romero, por La tragedia del Generalísimo, en 1984 no fue premiado ese género y en 1985 lo ganó Fernando López Rojas, de Argentina, con la obra Arde aún sobre los años.

 

Interior con luz cenital

2 Imagina el que entra a las páginas tomadas ya de viso amarillento todo el transcurrir del escritor en su circunstancia inaugural: joven padre, culturalmente inquieto y de improviso desplazado de un empleo donde la vocación importa cada hora del día más que el salario nunca suficiente. Y encima, hallarse con la lupa de la suspicacia escudriñándole. No eran ya los setenta, se ha dicho, pero elevar a la categoría de ministerio la gestión cultural y asumir desde cúpula de gobierno una intención crítica y rectificadora no obraron de por sí milagros, y las potencias a quienes inquieta el tránsito autónomo de las floraciones artísticas tienen pasillos paralelos, atisbos desde las azoteas, interesados capataces titulados en sombras. Motivo habrá para asombrarse de la ternura y la devoción por el país y sus tradiciones cuando en cada página vuelta aparezcan no solamente las luchas que la historia enaltece, también los  creadores prestigiosos aludidos, las devociones populares, las diversidades de origen y razas, la mirada humanista  hacia las gentes por su esencia y carácter. Acto de amor es la novela.

El innominado protagonista de esta obra ― apodado “Revientatanques” en la página 196, por el poder o estruendo del disparo del revólver vizcaino llevado al campo guerrillero, otras veces será “el muchacho” o “el hijo de Antonio”― proyecta su voz narrativa desde una memoria inmediata, de expresión tan íntima que pierde el lector fácilmente la noción de que lo que acontece en el texto corresponde a un plano temporal que no únicamente precede al momento actual de la lectura, sino es anterior al presente narrativo. Administra el autor con sabiduría la habilidad de sus juegos temporales. De ello resulta caso evidente en la página 60: “Lléguese por el lugar para que los vea paridos, doblándose las matas de naranja de tanto fruto, las de coco como estibadores con muchos sacos encima. Así los vi cuando di mi vuelta, después de tantos años, por esa parte de mi vida”, y en la siguiente deja atisbar la circunstancia en la que el relato está siendo enunciado: “Ni esta cerveza ni la que nos hemos  tomado ya, dan para quitar semejante sensación” (70).  

 “Las etapas que Ud. cree ver en la novela son correctas” 3, responde el escritor al que le interroga, tratando de desentrañar el texto desde la indagación del andamiaje de su arquitectura. De manera que es cierto, lo más seguro concebido así por quien en su momento se estaba esforzando por entender la materia versátil de sus percepciones de la historia, desde la confusión de una realidad inmediata que cada día se entremete con lo que debe ser unidad imaginada, creación autónoma desde la percepción del artista. Lo que Querejeta convalida desde su convicción de autor es la noción acerca de la estructura de Los términos de la tierra, desplegado su argumento en tres bloques narrativos.

3- Mensaje del novelista el 5 de noviembre de 2020.

 

Los primeros cinco capítulos de la obra abarcan toda la etapa formativa del personaje central de la trama, llevado a una inesperado protagonismo en el momento en que fallece el padre, obrero talabartero asediado por una enfermedad pulmonar que finalmente lo vence y deja a la familia en una situación de extrema carencia material. “La muerte del viejo parece el principio de todo en esta existencia que pongo sobre el tapete”, afirma el narrador en la p. 70, y todo en ese primer bloque de la obra gira en torno de ello. Las incidencias relativas a las honras fúnebres ofrecen el contexto para exponer los antecedentes familiares desde la infancia del personaje central, y la fuerte base afectiva, ética y cultural con la cual sale al mundo. Resultan esenciales ciertos paradigmas del contexto narrativo, en particular el papel solidario de los masones, nucleados en torno a la figura del padre; el ejemplo de conducta personal y sentido patriótico del viejo tío Mandín, veterano de la última guerra de independencia del siglo XIX, el amoroso liderazgo familiar de la abuela Tina, la entereza de la madre y  el valor formativo de la etapa como aprendiz de barnizador en la carpintería 4, bajo la tutela del militante de izquierda Nicolás Reyna, cuya influencia será menos ideológica que  existencial y afectiva.

4- Lo menciono solamente como muestra de lo profundo que pueden calar en la memoria las asociaciones culturales de las que se nutre la narrativa: he leído en alguna parte que Alfonso Hernández Catá, uno de los escritores que influyó sobre la generación literaria de Querejeta, fue aprendiz de ebanista, mientras estudiaba en Madrid.

 

La quiebra de la carpintería de Miguel Bermúdez, saldo de la trampa de unos Babún madereros diseñados a partir de ciertos personajes de la historia real, proyecta al muchacho hacia las experiencias del mundo rural, dando entrada en la novela a un  nuevo complejo de conocimientos espaciales, sociales, laborales, expuesto en los capítulos VI al XIV. Centro de la estructura novelesca no  solamente por su ubicación en el texto, sino consecuencia de la consolidación del universo íntimo del personaje, de su capacidad de adaptación a escenarios tan diferentes al que había representado no solamente una temprana confianza en sus posibilidades, con los primeros salarios llevados al hogar, sino cierta identificación con sonidos y fragancias maderables, que conformaban su entorno de seguridad, también de apropiación afectiva del espacio y del vínculo con su colectivo, ya parte de un orgullo individual emergido de la relación con el trabajo, esto sí, inculcado por el politizado maestro barnizador 5. En esta nueva fase la visión del mundo del hijo de Antonio va a hacerse más compleja con la introducción de conflictos esenciales, apropiados desde el contacto directo o la experiencia referida, en torno a personajes de definida negatividad, representados por codiciosos y asesinos, como Paredes y Ñico Montoya, en tanto su constitución afectiva alcanzará en pausadas fases su clímax con el amor de la Ñata.

5- Advertía el maestro Nicolás Reyna a su aprendiz: “...ten cuenta con las chapucerías, que al mueble hay que prepararlo para que entonces digan que uno fue quien lo hizo y lo miren con buenos ojos. Así se adelanta en la vida...” (29).

 

Esta segunda fase de Los términos de la tierra expande asimismo los referentes temporales y espaciales, enriquece el contexto y conquista, ya hasta el final, el interés del lector. Actualiza una vez más Querejeta el punto de vista narrativo, como sin dudas es conveniente en el arribo a un punto de giro del relato: “Si regresé a Monte Rey fue porque me nacía, y no me refiero a la vuelta de entonces, alicaído por el carnaval amargo que acabo de contarle, sino a la de estos años” 6. Luego será más específico cuando alude al “viaje de recordación, que hice apenas puse un pie por aquí”, dejando establecida la voluntad de fijación de la memoria como una de las actitudes del gesto narrativo.

6- Los términos de la tierra, edición citada, p. 62. La referencia al “carnaval amargo” alude a enfrentamiento del joven con un bebedor que  “le vivía”, o sea, observaba con intenciones galantes a su pareja, conflicto personal que vino a coincidir peligrosamente con el asalto a la importante fortaleza militar de la misma ciudad, por rebeldes tan jóvenes como el personaje.  Aunque la fecha no se manifiesta en el texto, se refiere al 26 de julio de 1953, con lo cual marca el autor un significativo hito temporal en su relato.

 

Desde que se desmonta del gascar 7 en Alto Cedro y se introduce a pie por guardarrayas y caminos hasta el corazón de la serranía, el joven protagonista es ya definitivamente otro; han madurado sus percepciones tanto del paisaje como de los individuos. En los capítulos correspondientes a esta fase se incorporan a la novela personajes tan vigorosos como Lucinda Amaro, dueña del cafetal; La Ñata, una mulata procedente de Cuchillas del Toa, cerca del extremo oriental de la isla de Cuba, cuya mutua seducción y conquista recíproca transcurren al sobrio modo característico de esta novela, sin permitirse sino mínimas expansiones en cuanto a incidentes sensuales. Epifanio, un viejo y experto trabajador del café, será portador de importantes referencias al pasado para establecer la identidad de la zona rural y el origen de algunos de los conflictos locales, así como algunas tradiciones, como la curación de una afección micótica que sufre el joven, mientras la etapa media de la estructura interna de Los términos de la tierra culmina con la casi épica narración del traslado del cadáver del arriero Leocadio, cuya última voluntad ha sido el sepelio cerca de los suyos en  Ulpiano, pueblo perdido en un rincón cualquiera de aquellas montañas.

7- Vehículo ferroviario para el transporte de viajeros, principalmente.

 

Con la llegada de los rebeldes alzados al cafetal Monte Rey se inicia la tercera etapa de  la novela. En esta parte final del libro, capítulos XV al XXII, más el Epílogo, el narrador expone su participación en la lucha revolucionaria en las montañas, haciendo uso de un tono mesurado y rememorativo, distante ya de los tensos párrafos de violencia y de retóricas normativas que exigía el tratamiento de los temas de la historia en las dos décadas precedentes. Fracasa el bisoño combatiente cuando trata de conquistar un fusil máuser que portaba un guardia rural de la dictadura, pero el teniente al frente de la tropa guerrillera no le impondrá lecciones ni castigos, entendiendo con sabiduría de jefe que en tales contiendas el éxito o la derrota parte a veces de lo circunstancial. “Eso pasa, viejo, eso es así” (196-200), dice, y es todo, y con ello el joven guerrillero queda listo para el siguiente aprendizaje hasta llegar al último combate, que terminará en la toma del mítico o casi real poblado de Encrucijada 8.

8- La verdadera Encrucijada es un hermoso pueblo de más de 10 000 habitantes en la provincia de Villa Clara, en cuya Universidad Central cursó el escritor sus estudios de Letras. La de la novela es ubicada en algún sitio de la región periférica de la ciudad de Santiago de Cuba, al oriente del país.

 

Del desenlace de los enfrentamientos armados que culminan Los términos de la tierra, no sorprenden al lector el fusilamiento de Ñico Montoya, acusado de delator y asesino, ni la desaparición de Paredes, de por sí escurridizo. Pero introducen un compás de duda irresuelta, siquiera momentánea, las noticias acerca del incendio de la finca Monte Rey y el aludido suicidio de Lucinda Amaro 9, que trae un viejo Epifanio, en la indecisa evocación de las alucinaciones causadas por la fiebre que ataca al personaje principal de la novela, herido en el combate. Vale, de cualquier modo, el recurso de la fantasía, que sortea fáciles o forzadas soluciones en la ficción, visto que en el transcurso de la historia real la expropiación del patrimonio y el exilio fueron alternativas finales prácticamente inevitables para individuos en la categoría socioeconómica de la propietaria del cafetal. 

La estancia en la casa de la abuela Tina, donde el joven protagonista completará su recuperación y cumplirá el mandato materno de casar con su mujer, cierra el ciclo de la nostalgia por la infancia pasada. El retorno a una nueva cotidianidad es marcado por el paso estable de los trenes, que el hijo del personaje, aun en el vientre de la Ñata, comienza a reconocer: metáfora inefable, digna de un nuevo modo de entender la literatura y al país que defiende en sus ficciones.

9- La muerte de la dueña de Monte Rey es dato que acompaña a la primera mención del personaje (Cap. VI, p. 63), pero el lector que ha seguido su evolución en el relato tiende a dudar de que sea coherente un final por mano propia para una vida tal. La realidad no carece de desmentidos a esta percepción, naturalmente, y con más razón los asume la literatura.

 

Hay en Los términos de la tierra una riqueza narrativa ante la cual es preciso domeñar elogios al reconocer el oficio que muestra en ella un novelista en su momento joven y principiante. Si todavía nos urgen a dar muestra del juicio adelantado, diría que el número de personajes es un reto, pero a cada uno le otorga el creador atributos precisos.

Un ejemplo será Rosa, hermana del protagonista y narrador en la novela, que es personaje referido y de escasas apariciones, pero esencial en el planteamiento ideotemático de la obra, como portadora de una información clave de las circunstancias narrativas: ella quería ser pianista y su aspiración acabará frustrada a causa de la muerte del padre, por lo cual debe ayudar a su madre en tareas de lavado y planchado que no solamente la alejan de la posibilidad material de alcanzar su sueño, sino maltratan sus manos y las inutilizan para el instrumento musical. Luego, cuando el triunfo revolucionario se concrete y su hermano regrese a casa a recobrarse de heridas en combate y a esperar el nacimiento del hijo, la muchacha será una presencia silenciosa, tras haber sido encarcelada y golpeada por los esbirros durante la insurrección en la ciudad, a la que se sumó. Cuando pregunta el hermano qué había sucedido, la madre solo atina a contestar: “Le borraron de la cabeza todas las canciones que sabía” (266). En las descripciones y el lenguaje halla el lector asimismo valiosos aportes en la novela de Alejandro Querejeta Barceló, autor que reside en Ecuador desde hace casi tres décadas y ha desarrollado allí una labor intensa en el periodismo, la enseñanza y asimismo en la creación literaria. Tras retomar el género a partir de 2014, el escritor holguinero ha visto impresas hasta hoy otras cuatro novelas:

Con una extensa obra poética, además de la ensayística y los tomos destinados a la docencia en la esfera de la Comunicación Social, es a partir de 2014 que estabiliza Querejeta su labor como novelista, con la terminación al hilo de otras cinco obras de este género, entre ellas su penúltima, Anhelo que esto no sea París, publicada en 2016 en Bogotá por el sello Seix Barral, como parte de la trilogía que asimismo integran Yo, Juan Montalvo (Quito, Paradiso Editores, 2014) y Juan Montalvo y yo. Vista alta y profunda (Quito, SBUE, 2016); la más reciente, impresa este mismo año, Vicente Rocafuerte, su vida de novela  (Quito, Paradiso Editores, 2020), mientras se encuentra ya en proceso editorial la más reciente, titulada «La señora de los canarios».

© Ismael León Almeida, 2020.

 

Nota del autor: No pueden pretender estas páginas haber agotado la búsqueda de sentidos y aportes narrativos en Los términos de la tierra. Atribuciones - blog de letras agradece al escritor Alejandro Querejeta Barceló sus atentas respuestas a nuestras consultas, y promete a los lectores presentarles el texto completo de este estudio de lectura de tan singular y escasamente promovida obra literaria cubana. Será propósito cercano para el inminente 2021 y hasta entonces dejo a todos los más cordiales saludos y los mejores deseos de prosperidad y salud.

 

 

 

 

 

 

GEORGINA HERRERA: NOCIÓN DE LA IRRADIANTE

 

GEORGINA HERRERA: NOCIÓN DE LA IRRADIANTE

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uardábamos en mente cierta entrevista que le hiciera años antes alguna de las revistas literarias del país y la urgencia por aquella lectura nos hizo marcar el número telefónico de la poeta. Su respuesta tuvo una calidez parecida a algunos de sus versos:

Permítanme

este elogio por Georgina,

por su oficio de lámpara pequeña... 1

1- Granos de sol y luna (1978)

Así que la ocasión se acuerda y va a amanecer el empeñado del lado solar de la ciudad;   asciende a conocer a esta mujer tan dueña de privilegiada voz poética, mirada plena de lucidez que cruza por igual las edades del cuerpo y los desafíos de la historia, vertida en versos sin abandonar sino pocas veces su personal lirismo, libre y entrañablemente humano. Calidez de hogar tiene la estancia donde acoge al visitante,  con visibles signos de su oficio y estirpe en el espinoso cardo que proclama en la sala su rotundo verde, la computadora de largos servicios y el sofá colmado de libros con acogedora reserva. 

Deslumbramiento trae la conversación con esta señora que nació en el Jovellanos matancero en 1936 y en sus veinte años de edad pactó con La Habana su definitiva estancia y mutua fidelidad, que ya no cambiaría: “Esto que amo intensamente/ en cada minuto de cruzarla a diario/ es la ciudad...” (“La ciudad”, Gentes y cosas, 63). Emergía en estado de pureza el testimonio de una mujer afrodescendiente y culta, conocedora de la felicidad y el dolor, dueña de misterios ancestrales y de la palabra más simple para revelar lo esencial de la vida. Diálogo y lectura de sus versos serían como asomarse desde un puente al fluir del río donde habitan garzas sobre el mangle, sobrecoge el paso de sombra silenciosa de los peces y el efluvio nocturno de las floraciones mantienen su significado vital desde el principio del mundo.

Será que cuesta entender los atisbos de aquello que en la desnuda existencia de cada cual lleva a la lucidez o al desastre. Si acaso ―es un ejemplo―, fue encantamiento o fingimiento de tal lo que arrastró a aquella Visia 2 de los cuentos onelianos tras el amor prometido, la razón que la condujo a la ciudad pecaminosa y la devolvió por el mismo camino polvoriento, apenas a morir entre los suyos. Sin olvidar aquella otra, hecha toda de inocencia entre humos de carbón y senderos que siempre terminaban en el agua, que soñaba un Orlando de almanaque 3 mientras marchaba al rancho de un hombre tan viejo como su padre, o la María Eugenia del poema de la propia Georgina, a la que un casi mago le impregnaba humedades en la boca apenas de cantar una canción 4. Había entonces que comprender las terminantes advertencias de las mayores de esta muchacha, negras viejas de antes merecedoras de su oriki famoso, y ella tan joven en sus veinte años, y tan negra en su edad de sazonadas carnes. Tan joven y tan negra, qué pretendería ofrecerle La Habana aquella tan terrible en destinos deslindados a la muchacha llegada apenas con su ser y su sed de ternuras y su atado de poemas en el pecho: “¿Criada o prostituta?”. “Por lo pronto está bien, seré criada”. Fue lo que respondió o quiso responder, porque fue mucho más lo que al cabo sus brazos y el paso de los días construyeron.

2- Onelio Jorge Cardoso: “Mi hermana Visia”. Cuentos, 1973, p. 74.

3- Onelio Jorge Cardoso: “Isabelita”. Cuentos, 1973, p. 248.

4- “En vez de flores, amor a María Eugenia”. Gustadas sensaciones, 1996, pp. 35-36.

Tomó en efecto ocupación de empleada doméstica, que hasta hoy, por más que arguyan otros, es oficio de honestos para ganar el pan, y entre fregar, lavar, planchar y cocinar, hacerlo todo en aquella casa, fue pronta sin embargo en descubrir en la barriada una escuela nocturna de Secretariado que sirvió para mucho: Cuando comenzaron las clases, la profesora se asombraba de la formación que yo traía y me decía que debía estar en una escuela de Periodismo. Allí se recibían clases de mecanografía, como parte de las cuales había que teclear trozos de obras literarias relevantes, lo cual influyó bastante en mí. También incluía la enseñanza de Taquigrafía y de Español y Matemáticas, pero a un nivel muy elemental en comparación con el que yo traía de la enseñanza regular.

2 Ella no había leído a nadie, dice, venía de un ambiente muy pobre; la nota de solapa de su primer libro nos hace saber que aún entonces,  ya de veintiséis años, Georgina Herrera solo había leído a un buen poeta, el argentino Leopoldo Lugones: asombro de país que teniendo tan poderosa poesía y a ella debe tanto ser nación, y el modo obstinado en que los escondía, valga el pretérito. En tanto rememora ella que una de sus vecinas en Jovellanos le daba a leer una revista mexicana, La Familia, para que aprendiera algunos modelos de tejidos que aquella estaba enseñándole. Pero sucede que en la contraportada halló versos de una poeta de aquel país, Rosario Sanzores, que era como nuestra Carilda Oliver Labra: apasionada, fogosa, amorosa, y aquello impactó a la adolescente, que soñaba también, como tantas de su tiempo, escuchando las radionovelas cotidianas. Escribía la bella mexicana versos como estos:

Me vestí de negro cuando te marchaste

me vestí de negro...

y en torno a mis ojos oscuros y graves

se formó un gran cerco.

Y cómo retornar la muchacha a la página correcta de las agujetas y las ordenadas vueltas del hilo, sin extasiarse en el misterio sugerente de las líneas cortadas, si hasta por la radio le llegaban musicales estrofas de inspiración de la yucateca: “Y en la penumbra vaga de la pequeña alcoba/ donde una tarde me acariciabas toda”, que algunos y algunas de suficiente edad todavía recordarán de aquellos programas que se sucedían unos a otros, entre radionovelas y noticiarios, desde el aparato que era casi el bien más preciado en casas del campo y ciudades cubanas.

 “Romance del niño porfiado” tituló Georgina su primer poema. Nada más nueve años tenía cuando escribió la composición, que su maestra, impactada, llevó al periódico del aula, lo que hoy dirían: el mural. Si en ocasiones cree el adulto agobiado que las iluminaciones de un niño son inspiración pasajera, ella seguiría con las suyas el ritmo de los grados escolares, como si tan sólo hiciera falta un motivo mínimo para que los renglones del texto salieran así, medidos y con su rima unas veces, otras no. Recibirá su primera lección de literatura en la Primaria Superior, entre los trece y los catorce años, cuando le encargan escribir un acróstico a partir de la palabra inocentes,  en homenaje a los estudiantes de medicina fusilados por el régimen colonial español en 1871. Aunque no faltó quien dudara de tan joven vocación por la poesía, indagando con énfasis: “¿A quién tú copias?”, otra vez la maestra cimentó la confianza en un reconocimiento ante la clase:

― Aquí les presento a una poetisa de alto vuelo.

Un día tomó el ómnibus hacia la capital. Era la única pasajera que iba a subir en aquella parada, con su susto y un breve equipaje, viendo a través de la ventanilla como se le iban apartando de la vida el parque de sus paseos adolescentes, la funeraria de algunas dolorosas despedidas; personas que con sus nombres vernáculos y su inaplazable realidad se diluían en el humo del escape. Cuando quedaron atrás los naranjales de Rufino todo se esfumó “tan rápido/ que no hubo tiempo/ para sacarlo de la memoria” (“El pueblo, para siempre”. Gustadas sensaciones, 38). De cualquier modo, ¿fue aquella la partida o su culminación? Tal vez comenzó cuatro años antes, cuando la edición de Excelsior llegó con su poema “Verdes ramas” 5. Sí, ese día pudo haber dado el primer paso.

¿Buscan acaso, verdes ramas,

inclinando tus hojas hacia el suelo

comprensión, piedad, amor, consuelo?

Mas aquí no se comprende ni se ama.

5- El título del poema y la cuarteta transcrita se han tomado de Daisy Rubiera Castillo: “Georgina Herrera: una poeta afrocubana”. Afro-Hispanic Review, Volume 24, Number 2, Fall 2005, p. 127, consultado en internet.

Al tiempo que triunfa la Revolución escribía décimas  y sus amigos le sugieren acercarse a la sección “Página Dos” del periódico Prensa Libre. Este era uno de los núcleos culturales de aquellos días donde la literatura alentaba con fuerza. Era un grupo joven y muy politizado; entre ellos estaban Rolando Escardó,  Luis Suardíaz, Raúl Luis, una muchacha llamada Niurka Lipis y también Manuel Granados, que fue su esposo y padre de sus dos hijos. Eran el grupo más joven de la avanzada literaria de aquel momento efervescente. En el mismo edificio estaban los miembros de Lunes de Revolución, que eran como una élite, personas ya con una formación, con libros publicados, que habían regresado al país desde el extranjero. “A veces nos encontrábamos en la escalera y nos saludaban muy correctos, pero se notaba el trato diferente, la superioridad”, rememora Georgina.

― Había un fervor de creación muy grande en aquellos momentos. Yo seguía de doméstica y ellos se preocupaban por mí, trataban de buscarme un empleo. Era el principio de los años sesenta y a veces hacíamos periodismo: recuerdo viajes a las Minas de Matahambre, a la Ciénaga de Zapata. Era una época en que pasaban cosas muy seguidas, buenas y malas.

Georgina, que se define como la inocente de aquella hornada de literatos ilusionados por el cambio en la historia del país, se entera continuamente de nuevas cosas, de nombres y libros y autores que no conocía. Asiste con sus compañeros al Congreso de Escritores de 1961, donde es fundada la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. La deslumbra hasta hoy el esplendor del evento y en especial de la fiesta de clausura, celebrada en la sede de la Cancillería, donde es presentada a alguien que será un buen amigo por muchos años, el cuentista Onelio Jorge Cardoso. Aunque con pocos libros todavía, este atesoraba una consistente trayectoria literaria y una considerable experiencia en los medios, como reportero para revistas, documentalista de una compañía publicitaria y guionista de algunas de las radionovelas que la joven poeta solía escuchar en su Jovellanos natal.

Como hacer versos no  riñe con las rutinas del existir, antes nutre sus tropos de la vivencia, continuaba como trabajadora doméstica y varios de sus amigos se proponen hallarle un empleo acorde a sus capacidades como escritora. Onelio la envía a la nueva revista Cuba donde él mismo colaboraba, pero únicamente le ofrecen dietas y pasajes de avión  para que viajara a escribir sus reportajes; esto disgustó al narrador, que preguntó luego, de qué creían que iba a vivir la muchacha. Con el dramaturgo argentino Samuel Feldman, que impartía clases en Cuba, asciende un día la escalinata de la Universidad de La Habana, a una cita con  una importante personalidad y su esposa. 

Cuando llegamos ante aquel matrimonio y dice Samuel: «¡Ella es!», el señor me miró de arriba abajo y miró a su señora de un modo significativo, como haciéndose entre los dos un mensaje con los ojos, y no dijo una palabra, ninguno de los dos habló. No nos atienden, no dicen una palabra, solo me miran de arriba abajo, y Samuel se despide a causa de aquella actitud.

 

El hombre que los recibió era un intelectual venerado y un político. Había dirigido por casi veinte años la principal formación política de orientación comunista existente en el país antes de 1959, en cuya representación fue senador y aspiró a la presidencia de la república. Después de ese año promovió la integración de su partido al que actualmente dirige la Isla, encabezó organizaciones promotoras de la paz y de la cultura, fue embajador y rector 6. Por mucho tiempo y las consabidas razones, calló la poeta la identidad de las personas que tan fría acogida le ofrecieron, negándole tácitamente su trato y a la vez la esperada ayuda. Todavía en 2010, cuando un joven reportero la sorprende con la pregunta acerca de la identidad del profesor y su esposa que la miraron “de arriba abajo con indiferencia”, ella revela el nombre, pero enseguida reclama discreción: “No vayas a poner nunca eso en ningún   lugar” 7. Con el espinoso cardo como testigo, la poeta lo dice esta vez en la frase más simple, sin advertencias ni emociones: Era el doctor Juan Marinello Vidaurreta.

6- Ver la referencia a este asunto en Daisy Rubiera Castillo y Georgina Herrera: Golpeando la memoria. Testimonio de una poeta cubana afrodescendiente. Ediciones Unión, La Habana, 2005, pp. 94-95.

7- Carlos Velazco Fernández: “Georgina Herrera, outsider”. Unión, La Habana, año XLIX, no. 69, 2010, pp. 75-83.

Desde la altura de sus versos, que la envuelven como viento húmedo que ha de persistir fecundando florestas y cultivos, Georgina Herrera asegura que el menoscabo no dejó herida en su momento, aunque sí defraudó al empeñado Samuel Feldman, quien la alentaba mientras iban al encuentro de dos jóvenes poetas que abrirían para ella una puerta inesperada. Entre risas los encuentran en la acera frontera de una casa; tienen menos edad que quien acaba de ser presentada por el argentino y son, todavía en estado de inocencia, Ana María Simo y José Mario Rodríguez, gente de letras.

Cuando nos presentan, yo llevaba unos poemas mecanografiados y Samuel me dice que se los muestre y di un pliego de papel a cada uno. Según leen, dejan de reír, hasta quedarse serios, y acaban y me dicen: “Déjanos los poemas” y “¿Tienes más?”, y antes de despedirse me dieron el teléfono de la casa de Ana María y me pidieron: “Tráelos todos”.

3 Aquellos dos eran parte de otro núcleo literario que fue conocido por el nombre de la editorial que fundaron: El Puente. La colección poética de Georgina Herrera entró sin más trámite en proceso de revisión. La autora frecuenta la casa familiar de Ana María Simo, personas de buena posición que la acogen cordialmente, y allí pasará el tiempo en lecturas, conversaciones con la nueva amiga y sobre todo pasando a máquina el texto de sus poemas. Cuando concluye, faltaba el título, había un poco de presión con la imprenta y Ana María se decide: “Vamos  ponerle GH, que son tus iniciales” y todo el mundo quedó encantado con el libro, que salió de las prensas en diciembre de 1962. Antes que festinada prisa, la elección tan escueta para identificar el cuaderno revela la impronta de la época; el dinamismo y la pasión creadora de esta decisión traen el recuerdo de otra similar, en el caso del camagüeyano Rolando Escardó, cuyo libro de 1961, publicado por Ediciones R, tomó el título del envoltorio de las cuartillas originales: El libro de Rolando.

De los comienzos de la obra de la joven matancera, diría un prologuista: “Georgina Herrera ha escrito versos que son como susurros entre la alegría épica de los años sesenta”. También dice que es mujer iluminada por el fuego de su poesía: “Fuego que desgarra y alumbra uno de los caminos más íntimos de la poética contemporánea cubana: los caminos de la soledad, de los sacrificios permanentes que ha heredado una raza y la voluntad de comenzar de nuevo cada mañana del mundo”. 7 

8- Roberto Zurbano: “G.H. o una pequeña llama en la tempestad”. Prólogo a Daisy Rubiera Castillo y Georgina Herrera: Golpeando la memoria. Testimonio de una poeta cubana afrodescendiente. Ediciones Unión, La Habana, 2005., p. 11

 

Hallo en muchos versos expresiones muy singulares del ser íntimo de Herrera, de su modestia, serenidad y pasión, como esta que copio del poema “Digo”, de GH:

Puedo seguir sembrada a la costumbre

de cosechar luceros y tristezas;

y vestir, como siempre,

esta inquietud de todo que me abrasa

con un poco de lirio y de pereza.

Esa contención, delicado resguardo de una intensa energía, ¿no será en verdad la cualidad femenina más poderosa, en ella se destilada como el elemento químico en estado de pureza que maravilla al final de un arduo proceso que culmina con el brillo y las nítidas líneas de un cristal descubierto, en el tubo de ensayos? El crítico Enrique Sainz encuentra que  un tono de refinamiento muy propio permea prácticamente todos los libros de la escritora nacida en Jovellanos, y brinda de su poesía una lúcida definición: "Los hechos y el dolor existen y poseen un inmenso dinamismo creador que unas personas pueden comunicar intensamente y otras no. Yo diría que los dos rasgos capitales de la palabra poética de Georgina Herrera son la delicadeza y la humanidad estremecida que late detrás de los versos" 9.

9- Enrique Sainz: "Dialogo feliz con Georgina Herrera. Unión, La Habana, Año L, no. 73, 2011, pp: 82-85.

Hay en varios poemas de su libro inaugural una persistente alusión al árbol como metáfora, a veces imagen, símbolo de una diversidad de valores con los que se identifica la joven poeta. Así en el primer poema, “Para la ceniza” (9), la esperanza del crecimiento se frustra abruptamente por el corte del filo o la violencia del fuego, en tanto al autora de los versos se entrega a prematura desesperanza. El tono cambia una página adelante (“La palabra”, 11), cuando el árbol es símil de rebeldía que “...sigue buscando/ la tierra que no llega/ y sigue pertinaz, sin doblegarse”. Hacia el final del libro (“Cedro mío”, 43), versos como “el verde despertar alborozado”, y “el modo de treparse por el aire/ ganando altura, como un ciervo verde”, subrayan un optimismo que al doblar la página se derrumba en crudas alusiones a la muerte. Esta, el fin de la existencia, es un tema trascendente, que recorre uno tras otros sus libros. Entendemos que el final de la vida resulta una circunstancia derivada de la condición natural de la existencia humana, y es habitual que la poesía manifieste toda la angustia y desconcierto existencial ante este hecho, pero no he podido dejar de percibir su aparición en extremo temprana en sus textos, y me refiero al poema “La palabra”:

Se me han borrado todas las palabras

menos una de filo airado: muerte.

Es por ella,

la temida, perversa y rebuscada

que mi árbol sin tierra se sostiene.

(“La palabra”. GH, 1962, p. 11).

La historia de la editorial El Puente es uno de esos asuntos de la cultura nacional que sólo el muy enterado es capaz de rastrear en las páginas de publicaciones culturales, porque en la prensa que lee el ciudadano en su día a día tales particularidades jamás son mencionadas. En 1966, Jesús Díaz, un joven y sin dudas relevante intelectual de los sesenta clasificó al grupo de novísimos creadores como “la fracción más disoluta y negativa de la generación actuante”, y su gestión cultural, “un fenómeno erróneo política y estéticamente” 10. Díaz ganó ese mismo año el premio Casa de las Américas de  cuento con Los años duros  y era director de la revista cultural El Caimán Barbudo; estaba vinculado al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y poco después integró también del consejo de redacción de la revista Pensamiento Crítico 11, posicionamientos que permiten estimar el peso del criterio de quien emitió tales opiniones, con solamente veinticinco años de edad.

10- Jesús Díaz: Respuesta a “Encuesta generacional”. La Gaceta de Cuba, abril-mayo 1966.

11- “Jesús Díaz”. En Ecured portable v1.5 , Centro de Desarrollo Territorial Holguín – UCI,  2011-2012.

En su respuesta a Díaz, quien finalmente acabó saliendo del país y fallecía en Madrid en 2002, Ana María Simo recordó que El Puente había publicado a autores “tan disímiles” como Nicolás Dorr, Mariano Rodríguez Herrera, J. R. Brene, Miguel Barnet, Belkis Cuza Malé, Rogelio Martínez Furé y Joaquín G. Santana,  y emplaza al crítico: “¿Participaron también ellos del supuesto error político y «eran malos como artistas»?” 12. El catálogo de Ediciones El Puente a un año de su fundación, en la fecha en que GH sale de la imprenta, alcanzaba 15 cuadernos de poesía, 2 libros de cuentos y uno de teatro, mientras se encontraban en proceso otras nueve obras; el balance final, al quedar cancelado el proyecto en 1965, sobrepasa los cuarenta títulos. La historia de esta iniciativa cultural concluyó con el internamiento de José Mario, su creador, en un campamento de las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y su posterior salida del país, al igual que en el caso de Simo. Reconsiderando sus vivencias al cabo de un extenso período como creadora literaria, Georgina se refiere al “proceso de depuración” en los complicados años sesenta, durante el cual “La actividad revolucionaria era muy fuerte, pero no podemos negar que el extremismo también hizo sus estragos”. 13

12- Ana María Simo: “Encuesta generacional II. Respuesta a Jesús Díaz”. La Gaceta de Cuba, #50, abril-septiembre de 1966.

13 - Golpeando la memoria, edición citada, p. 99.

4 A cuatro décadas de distancia, una valoración crítica de GH deshace hasta el fondo la suspicacia, las descalificaciones y las sucesivas postergaciones que la poeta publicada por El Puente afrontó con su ética y su calmado permanecer. Al incluir a Georgina Herrera en el Álbum de poetisas cubanas que compiló, Mirta Yáñez daría esta valoración:

El primer poemario de Georgina Herrera, llamado con sus propias iniciales, GH (1962), sorprendió por sus intuiciones y su desprejuiciada forma de abordar su universo interior. Su poesía revela aspectos hermosos o terribles de la

cotidianidad, con una audacia que roza una inocencia esencial, sin abandonar la lucidez de una sensibilidad que la poetisa parece entresacar de rincones turbios y que ella aclara con la sencillez y la ternura. 14

14- Álbum de poetisas cubanas (Selección e introducción). La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1997 (reedición: La Habana, Plan Especial, Ed. Letras Cubanas, 2003). Citada por Bibiana Collado Cabrera: “«Cimarroneándose y en bocabajos» ¿Una poesía afrocubana de la revolución? El caso de Georgina Herrera”. Saggi Ensayos/ Essais/ Essays N. 6 – 11/2011. Revista de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Milán, Italia. 

Georgina Herrera continuó su marcha como poeta y con la ayuda del amigo Joaquín G. Santana halló al fin un empleo como escritora radial, profesión que abrazó con amorosa vocación durante toda su larga vida laboral. Después de la publicación de GH por El Puente, pasarán doce años sin volver a ver impreso un libro, ni aparecer siquiera en las antologías, circunstancia que ella valorará con juicio exacto, si bien a su modo contenido: “El silencio es una manera de matar, de borrar” 15. En 1974 sale finalmente de imprenta su Gentes y cosas, que había enviado a concurso cuatro años antes, pero le dieron el premio a “un folletito del que jamás se volvió a hablar” 16. Este segundo poemario llevará en la contraportada unas palabras distinguidas por su  altruismo o quién sabe si por mecánica ignorancia del valor de los empeños personales y afán de superación comenzados en fecha bien temprana por la joven creadora: “La autora es un ejemplo bien claro de cómo la Revolución ha salvado muchos destinos literarios que de otro modo se habrían perdido sin remedio.” 17

15- Carlos Velazco Fernández: “Georgina Herrera, outsider”. Unión, La Habana, año XLIX, no. 69, 2010, pp. 75-83.

16- Golpeando la memoria, 122.

17- Nota de contraportada Gentes y cosas, poemario de Georgina Herrera. Ediciones Unión, La Habana, 1974.

La imagen del árbol persiste también en esta obra tan distante en el tiempo como pletórica en motivaciones. Las equivalencias del símbolo vegetal se proyectan ahora al sentimiento amoroso, bien sea la entrega confiada hacia la plenitud (“Tu suavidad me lanza hacia el temblor/ como la hoja más pequeña/ del árbol más humilde”. “Dedicatoria”, Gentes y cosas, 41), o llegue como anuncio de ruptura sentimental con el amado:

Nunca

verás creciendo sobre

la tierra que hice de tu piel

ese árbol

en que transformé mi cuerpo solo,

para tu amor.

(“Sentencia”, Gentes y cosas, 43)

La experiencia de vida de la etapa transcurrida desde la terminación del poemario inaugural se expresa en esta obra en el sentimiento de plenitud que la embarga por su condición de madre y la dedicación a los hijos que es ahora parte de la cotidianidad de una mujer que se completa a sí misma sin dejar de pertenecer al tiempo que le corresponde. Sobre los  dos que tuvo testimonia apasionadamente en “Seis de enero”, “Anaisa”, “El tonto”,  “Canción de cuna”, “El adorable sentenciado”... En “Las dos mitades de mi sueño” expande ese sentimiento de realizada femineidad con la potencia vital del fresco retoño de un árbol futuro o la constancia de existir que viaja en una fragancia floral:

...ambos me han hecho

 una mujer hermosa”

En Gentes y cosas, Georgina había reunido poemas sobrantes de GH, otros sueltos y los escritos específicamente para ese libro. Luego escribió Los hijos de Israel, que envió a un concurso en 1967, pero no obtuvo premio y el manuscrito se le perdió. Más tarde escribió otro titulado Tiempo traído por los pelos, que recibió mención e iba a ser publicado, ya estaba su portada diseñada y todo, pero se demoraba su salida, entonces presentó Granos de sol y luna, un cuaderno de 34 composiciones. Cabe que con sorprendente rapidez, llegó a las librerías esta obra, considerando no sólo el tiempo  transcurrido desde el anterior, sino que en 1978 todavía marcaban la pauta de la creación literaria las directivas de aquel Quinquenio Gris, que querían la obra para educar al pueblo, preparara al hombre para la nueva sociedad en un proyecto alcanzable, visible con sólo arrancar las hojas del almanaque hasta llegar a una cifra cerrada por los solemnes ceros y repetir palabras mágicas, actos plausibles, consignas reiteradas.  Fue clave para este libro le fuera concedida un año antes la primera mención del concurso “Julián del Casal” de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Abre Granos de sol y luna con un poema a modo de testamento dedicado a sus hijos, en el que, a pesar de las alusiones a la muerte en los términos menos tranquilizadores (Alevosa, Dueña del Sueño Artero, La que Juega Conmigo y Gana Siempre) hallamos un optimismo implícito en su modo nítidamente iluminado:

“He padecido

de amor irremediable hacia la vida.

Ahora, a modo de fortuna,

granos de sol y luna, entremezclados,

para el más bello atardecer les dejo”.

(Granos de sol y luna, 9)

Reaparece en sus composiciones un ejercicio maternal hecho materia poética palpable. Ahora el lenguaje escogido trasciende en la reiteración de un inventario de gestos amorosos que no desgasta el paso de las eras del mundo civilizado ni pierden al enunciarlos la calidez de huella entrañable en la intimidad de la crianza. 

El viento, apenas

puede ser llamado por su nombre

La lluvia, lenta y breve

se establece.

Es obligado levantarse

a desdoblar las sábanas,

taparlos,

acomodarle al grande la cabeza,

besar a la chiquita. Luego

vuelta a la cama, por si acaso, el sueño

como la lluvia y con la brisa viene.

El título de este poema, “¿De noche? con los hijos”, ¿no lleva en el modo de expresarse cierta enunciada respuesta a sugerentes o ansiosas inquietudes de amor?  Al cabo de los años, cuando el balance ilumine remembranzas de aquel tiempo, volverá al tema con un sentimiento de plenitud que va a incluirlo todo: los ardientes brazos del amor, su inabarcable orgullo como madre:

Yo fui una vez una muchacha hermosa

que anduvo con sus hijos:

una en los brazos, de la mano

el otro.

A veces los dejaba para verte,

para que fueras dueño de mi cuerpo.

Luego ella regresaba con sus hijos, y completaba por una nueva vez el ciclo de aquella plenitud, que “era mucho más que la felicidad” 18

18- “Supe cuando fui feliz”. Gatos y liebres o libro de las conciliaciones, 2003.

Hablará nuevamente del amor y algunas de sus difíciles alternativas, como en esa breve estrofa de “Las queridas”, palabra muy vernácula parece, para designar a la mujer amante de un casado; asume a estas el poema inusitados símiles: islas habitadas por oscuras palomas; aguas que han de lavar suciedades y heridas, emblemas de postergación, en fin. Volverán las alusiones a la muerte y nos sorprenderá aquella victoriosa constancia que levanta en “Mínimo elogio para mí misma”, citado en las primeras líneas de este texto.  Consideraciones a partir de la perspectiva histórica, equilibran en la balanza de la percepción poética ser social y condición femenina, en el enfoque de los dos poemas de idéntico título, “Las Muchachas”. Vaciando en el molde de su biografía el instante en que heroínas soviéticas se enfrentaban a la muerte como combatientes, justo cuando ella era una escolar y, más tarde (“Ahora me aparezco....”) como si reprochara los avatares de su propia condición humana, disminuyéndolos acaso, al contrastarlos con el destino de aquellas jóvenes.

Todavía en Grande es el tiempo (1989), se excluye la mención a GH en la ficha de autor. El diseño de portada combina símbolos de identidad de la poeta matancera: la palma nacional, dignamente erecta sobre un fondo de nubes y estrellas; la fresca y femenina flor de mariposa junto al río, el hacha de Changó de su herencia afrocubana, de algún modo ―tal vez o no intencional― subrayada en cierto estilo del arreglo que lleva en su cabellera la autora en la foto de la ficha biobibliográfica. Es que los poemas de este cuaderno concentran el tema de las religiones originarias del continente negro. Expone en una de sus composiciones la leyenda de una esclava rebelde (“Fermina Lucumí”), y en “Retrato oral de la victoria”, inspirado en una bisabuela a la que Georgina dice parecerse cuenta: “Cimarroneándose y en bocabajos/ pasó la vida”. Más tarde expresaría en un texto autobiográfico: “Me dijeron que yo era hija de Yemayá, aunque no quiero que Ochún 19 se ponga brava conmigo, porque dicen que ella siempre está pegada a mi” 20. El modo en que Georgina Herrera expresa en poesía a los  orishas del panteón yoruba manifiesta una percepción vital de la creencia, próxima a los avatares y motivaciones del devoto.

“Amo esos dioses

con historias así, como las mías:

yendo y viniendo

de la guerra al amor o lo contrario” 21

19- Changó es dios del fuego en la regla de Ocha, patrono de los guerreros y las tempestades. Yemayá, madre de la vida, progenitora de todos los orishas; y Ochún, alegre y bella, dueña de la femineidad y de los ríos, es protectora de gestantes y parturientas (Natalia Bolívar Aróstegui: Los Orishas en Cuba. Editorial José Martí, La Habana, 2017, pp. 257, 189 y 219).

20- Golpeando la memoria..., edición citada, p. 132.

21- Georgina Herrera: “África”. En Grande es el tiempo. Ediciones Unión, La Habana, 1989, pp. 14-15.

El título de Gustadas sensaciones (1996) ¿será un equívoco? El poema que abre y se titula como el libro, crea una aparente y adelantada despedida, tal vez porque la autora presume que así debería sentirse con el imponente arribo a la edad de los sesenta años 22: 

De un tiempo acá, la sensación

del fin, del verdadero,

irrefutable final viene hacia mí...

(“Gustadas sensaciones”, 7)

22- Es curioso, un lustro más tarde, el 23 de abril del 2001, cumple la poeta 65 años y pide cautela a su corazón en términos de sorprendente lozanía juvenil: “Se cree zunzún, planeta” y “...anda/ por los tejados, pinta/ en violeta y fuego los crepúsculos” (“Terco es mi corazón”, Gatos y liebres o libro de las conciliaciones, p. 17).

Sin transición, sin el gesto aquiescente de justificar el título del libro, llega esta sección de cuatro poemas aferrada también a una dolorida antítesis de las tranquilizadoras palabras que lo identifican: “Sensaciones que no merezco, lacerantes”, y en ella el reconocimiento probablemente aplazado de una herida que la muerte ha fijado en los huesos de una madre: la pérdida de la hija pequeña. Basta un par de versos para la comprensión:

¿Alguien sospecha la medida de este duelo

si es mi beso más alto el que ha caído?

(“Duelo único”, 15)

Luego se suceden algunos ajustes de cuenta más o menos solemnes, o algunas reconsideraciones de los mitos, que por no abundar diremos que levantan a una definitiva Eva, tomando posesión de su identidad escamoteada al sugerir a Adán que cuente sus costillas, “que ninguna le falta”; luego estiman necesaria una mirada más atenta al selectivo criterio en la obtención del pase a bordo al arca de Noé, o a fin de establecer el rostro verdadero que cabría esperar de un Jesús no precisado, y encima mostrar, como para que no comenten herejía únicamente de una parte del santoral de estas devotas ínsulas, qué controvertido modo de entender su sacrificio una mujer que se asume hija de la Caridad del Cobre y, para pagar la deuda que íntimamente entiende con Oggún, dispendia en abundancia lo que a sí misma por  todo un año se priva, para dar al festejo del severo y prestigioso orisha 23 luces, alimentos, cantos ancestrales por tres días que, vaya casualidad, comienzan en fecha tan señalada como es el veinticuatro de junio, también efemérides católica de San Juan Bautista, qué pequeño es el mundo.

5 Aunque hay una bella Poesía completa de hará un par de años, el último libro de Georgina Herrera que he leído hasta hoy es Gatos y liebres o libro de las conciliaciones (2003). Acudo al diccionario para no defraudar el entendimiento: nos invita la poeta en su vanguardista título a componer y ajustar ánimos desavenidos 24. A veces compone y ajusta el discurso poético lo que en el entorno parece todavía carente de un acuerdo  duradero, de ánimos avenidos, concordantes. Otras está más en lo interno del sujeto, donde la mujer hace en versos un balance y lee su cuerpo desde la victoriosa constancia de lo que, aunque irrecuperable para el físico mundo, proclama en otros modos su absoluta permanencia:

...Era

entonces mi vientre

sustancia sideral enloquecida

cera, barro, mármol diluido

en fuego de aguas

para moldear planetas.

(“Segunda vez ante el espejo”, 23 abril 2002)

Y si bien no se ahorra en poderoso eros la memoria (“...pechos abejas aguijoneando/ en un vuelo fatal inevitable”), calca la emoción hondo latido de ternura cuando recuerda la amorosa sus hacendosos pechos de hace tiempo, que daban la miel del alimento a aquellas indefensas boquitas ávidas.

23- Oggún es uno de los orishas guardianes en la religión yoruba. En su fundamental obra Los Orishas en Cuba,  p. 79, Natalia Bolívar Aróstegui caracteriza esta deidad como “violento y astuto”, si bien con facetas de bondad y maldad. Es considerado dios de los minerales, las montañas, las herramientas, de los oficios y profesiones del metal, protector de la medicina e importante patrón de las cárceles y las cadenas.

24- Diccionario Ilustrado Aristos de la Lengua Española, p. 159.

De todo el caudal poético que Georgina Herrera acopia en su existir sensible a cuánto humano transcurre, escojo por subjetiva inclinación un poema inevitable por su sorprendente valor de convocatoria y esa certera capacidad de explicarnos uno de los momentos más controvertidos de la historia reciente del país. En tales tiempos habría traído mucha esperanza y considerable claridad a tantas gentes desconcertadas, con sólo reproducirlo en unos cuantos folios y colgarlo en los postes de la luz, en los árboles de los parques, usarlo eventualmente de patrón de pruebas al final de la programación televisiva y darlo en la radio antes y después de los noticieros. Sólo hay que decir que “Aviso a los que viven en Caná” fue escrito en 1990 (pero todavía es un sano recordatorio):

Canaenses:

Hasta que dios regrese

(si es que vuelve)

no habrá milagros.

Un poco de agua turbia

no puede ser torrente de buen vino,

ni un breve pez sin nombre

todos los peces que en la mar habitan.

Un pan es mucho pan

solo en sus manos.

En las nuestras

no llega ni a migaja entre los labios.

Así que, mientras vuelve, por si tarda,

hagamos redes, barcas,

ganemos tiempo

en la cosecha del trigo y de las frutas

y, sin apuros, démosle

a cada asunto el tiempo necesario.

Tal vez habría debido preguntarle a la anfitriona ― y buen momento hubiera sido el brindis con la prestigiosa cachaça a la que generosamente invita ―,  si la astróloga que una vez consultó algo pudo explicarle acerca de las falsas premoniciones que en ciertas ocasiones se le encimaron. Habida cuenta de que la escolar a quien la suspicacia supuso copiadora, halló para sus versos una nueva semántica en el lenguaje de todos los días; el pacto con La Habana aun funciona: lo más cercano al domicilio de la recién llegada fue una escuela; el lóbrego silencio de unos paradigmáticos personajes condujo a la publicación del primer libro. Y la conclusión de una nota de contraportada sobre el destino literario de una joven poeta, simplemente pretendió convencernos de que no era aconsejable salir al mundo con las decisiones tomadas, justo como la mariposa que suelta sus alas, “salta al espacio sin límites, dejando para siempre la oscura rama o la apacible flor...” 24. © Ismael León Almeida. La Habana, 16 de marzo de 2020

24- “Muchacha y mariposa”. Gustadas sensaciones, p. 41.