2016. 40 páginas. Formato A-4.
PDF. 5.8 MB.
Durante años
de indagaciones en torno a las pesquerías recreativas en Cuba, una y otra vez
se reiteraba la singularidad de una especie a la que no siempre le hemos hecho
los del país toda la justicia que merece. Para hablar con franqueza, el autor
confiesa que tuvo una temprana oportunidad de comprobar las virtudes del sábalo
durante una pesquería en la boca del
río Puerto Escondido, en un año en el
que todavía no existía una base de campismo por esa costa y si acaso encontraba
usted un caminante en la soledad de
aquellos senderos de sombreada uva caleta, era un pescador y nadie más. Bueno,
casi nadie más.
Pero Memorias del sábalo (2016) no es un
recuento personal. Vamos a enterarnos de datos tan interesantes como el uso de
grampines para capturar ejemplares de este pez maravilloso en un río de la
costa sur de Pinar del Río; la recomendación de usar mojarras vivas para
capturar sábalos que hacía un experto en 1938; del Concurso de la pesca del
sábalo a vara y carrete, efectuado en la bahía de Santiago de Cuba entre 1941 y
1942, que fue ganado por el aficionado René P. Guitart con una pieza de más de
42 libras, y algún comentario acerca de la oferta turística de la pesquería de
esta especie en algunos lugares de Cuba.
“Debido a la
carencia de valor alimenticio de esta especie, el pez no es muy fuertemente
pescado en Cuba, excepto tal vez por pescadores deportivos norteamericanos,
quienes los liberan después de capturarlos”. El texto transcrito fue publicado
en 1958, en el libro The guide to hunting
& fishing in Cuba, del guía de pesca Antonio González Solar. La afirmación,
naturalmente, hace bastante perdió su exactitud: es pescado en nuestras aguas
todo lo que resulta accesible, y sólo los turistas los liberan después de
capturarlos.
Por cierto,
no dejaremos al lector con la intriga. El sábalo de Puerto Escondido picó a
media mañana. Estábamos acabados de llegar tres amigos a aquel lugar y en la
misma boca, del lado oriental, que el del oeste es demasiado elevado para
pescar desde allí, lanzamos enseguida los cordeles a fondo, que era la
modalidad que en aquellos juveniles años nos apasionaban. Marcamos y nos
estábamos dedicando a tentar el ronco, la mojarra y esos peces menores con
línea fina, cuando un siseo sospechoso atrajo la atención: el monofilamento de
63 libras de resistencia con su anzuelo cebado con un ronco estaba marchándose
con demasiada prisa hacia lo lejos. Retuvimos --¡tratamos de retener!—la
salida. Primero uno, luego dos, luego tres pescadores. Aquello era un tren. No
era un tren, sino el mismo sábalo que quince minutos antes asediaba una mancha
de sardinas en la boca del río, ahora daba saltos descomunales cien metros mar
afuera. Lo capturamos. Pero hoy le habríamos dejado en libertad.
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https://drive.google.com/file/d/0B9Fj--6gEwG0RlVOdTN2aVl4WlU/view?usp=sharing
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